Podríamos dibujar la realidad de muchas maneras: según la
vemos. O según nos la cuenten los detectives de «Método 3». También podría
suceder que la mirada se nos dislocara y la viéramos, a la realidad, tal que a
una colmena de sombras: con el hechizo, acaso cinematográfico, de unos puentes
tendidos sobre una oscuridad en la que cada paso que damos es un acto de
voluntad y, a la vez, de renuncia. Un reto al vértigo. Al quebranto de un salto
al vacío. O al duro empedrado, que es lo que suele, en fin, acompañar (y acabar
definiendo) nuestros vacíos. Por supuesto. Por desgracia.
Pero podría suceder que la mirada se nos abriera de repente,
como casi nunca. Y que entonces no halláramos líneas de espacio suficientes
para delimitar, de un modo humanamente comprensible, lo que vemos, lo que se
nos muestra de todos y cada uno de nosotros en esa imagen global con la que
jugueteo, porque sólo le atisbo algunos fragmentos menores y me aterra asumir,
sin sentimiento de fraude, tanta ignorancia.
Podemos, sin embargo, sucumbir al efecto contrario y acabar
viendo tan sólo lo que queremos ver (y hacer ver) a los demás. Y a toda costa.
Ante esa impostura, tan habitual en estos días vergonzosos que vivimos, lo único
decente es callar y dejar que el mundo siga siendo lo que no sabemos. O lo que
sólo podemos asediar con herméticas metáforas.
Etiquetas: Artículos
2 Comments:
¿Y qué más da? Si al final acabamos viendo sólo la parte que nos cuentan los medios. ¿No te fíes de tus sentidos? No puedo evitarlo.
Si sólo ves la parte que te cuentan... mal asunto. :-)
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