Con el arte puede pasar de todo. Y pasa. Resulta que en
pleno tumulto de cata artística en el stand de «Max Estrella», en ARCO, alguien
dio un traspiés y tropezó, derribándola, con una réplica exacta -aunque
actualizada con unos tubos fluorescentes- del mismo hombre de resina de
poliéster que casi se atragantaba con una bombilla de luz en la intervención
que Bernadí Roig montó en La Lonja
el año pasado: la de los rostros fruncidos y pisoteados, aunque algunos con más
saña que otros, por supuesto.
Me gustó entonces y me sigue gustando, ahora, esa metáfora
del hombre con hambre de una luz que, al igual que nos devora, nos convierte en
sombras errantes, en espectros tullidos por alguna hipnosis de origen desconocido,
en perturbadores y, quiero creer que profundos, agujeros negros, cuyo
contenido, de hecho, ignoramos. ¿Y si estuvieran y estuviéramos, en fin,
vacíos? ¿Desprovistos de cualquier cosa, salvo del hambre insaciable?
La idea del vacío interior (como la del exterior) no nos
resulta muy agradable. Eso es cierto. Y contradice, además, la propia
experiencia de nuestros cinco o seis sentidos. Con todo, algo tendrá que ver el
vacío con tantas cosas que, de continuo, nos empeñamos en construir. O en reconstruir.
Y de balde.
Etiquetas: Artículos
3 Comments:
A veces un traspiés puede ser revelador, la luz está dentro por supuesto, justo al lado de la oscuridad.
¿Dentro, fuera? No sé :-) Saludos!!!
Sí, la verdad es que después de tanta cultura terminar en uno de los capítulos más destacados de Barrio Sésamo es un poco desconcertante.
Tal vez todo sea tan absolutamente sencillo que nos está vedado.
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