LA TELARAÑA: Estado de sitio

sábado, febrero 2

Estado de sitio

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Ha hecho bien Cort al eliminar el nombre de los Duques de Palma de la Rambla?
 
  Sí. Cómo no. O, en definitiva, qué fácil resulta hacer leña del árbol caído cuando ya no da buena sombra ni tampoco cobijo y no ofrece espectaculares brotes verdes ni pingües congresos ni carísimos concilios. Porque si ya lo borraron -al duque, que no es duque, sino sólo consorte y cabeza de turco- de la página Web de la circunspecta Casa Real, cómo mantenerlo en el callejero y ostentando, además, la honorífica propiedad compartida de una de nuestras principales y emblemáticas calles. Qué va. Imposible. Inaudito. Aberrante. O sea, que rápidos y sin dilación los operarios con el recambio de las placas de mármol o piedra caliza, y mucho más rápidos, aún, los portavoces y los ediles de los grupos políticos, de las asociaciones de la decencia plural y hasta de género, las cofradías semánticas de la ética y la guillotina lingüística nacionalista, del pastoril y crudo ecologismo y la partidocracia sostenible, del libre o, quizá, libérrimo mercado, de la gaita y, en fin, del temple. Todos a una. Las Ramblas ya son nuestras. Y ahora, qué.
 Ahora nada. Porque la fiesta sigue y seguirá en los juzgados y, cómo no, en las tertulias de los palmeros de UM en IB3. Y habrá más emails y caerán más pasas y también brevas y el pastel será tan nuestro como de todos y nadie sabrá si estos polvos o si estos lodos, si estos sobres o si aquellos y la comitiva ilustre de los cómplices necesarios continuará sus rondas falleras y nocturnas -que serán rondallas, por estos pagos- como si a la vida le faltara un algo de hervor universitario y las tunas de exalumnos de la UIB fueran tan imprescindibles o más, que las puntuales y ruidosas manifestaciones de rigor. O que la ruta martiana.
 Acabo, pero me da que no concluyo. La deleznable conducta de Iñaki Urdangarin no resulta, visto el panorama general, ningún caso aislado. Es sólo un síntoma más del estado de sitio (político, económico y social) en que vivimos.

 

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