LA TELARAÑA: El desencanto

martes, febrero 2

El desencanto


 
La Telaraña en El Mundo.
 
 Venimos de las tinieblas del pasado y puede que nos aguarden las del futuro. Mientras tanto, sentimos la ficción de la luz (y la deslumbrante promesa de las luces) en el único marco del que podemos dar fe: el escurridizo presente, ese resplandor que parpadea y crepita como el fuego sobre la cera, como la vida a través de los años, el vaivén de las ideas o el seductor naufragio con que nos recibe la tierra al nacer o nos despedirá, seguramente, al morir. Todo es dulce y, a la vez, siniestro.
 Así viajamos en la barcaza de la vida. Desde el embarcadero de una promesa y una ilusión, que creíamos invencibles, hasta dejarnos la piel en los arrecifes de un fracaso anunciado o de una penúltima quimera, según el optimismo y la fe, el humor de cada uno. Así toma cuerpo el viaje y nos convertimos en los refugiados que nunca dejaremos de ser. Visitaremos la arena de todos los naufragios.
 En uno de esos arenales de sudor y sangre o risa y llanto, en sus acequias repletas de tristeza y esperanza, andamos ahora. Andamos de naufragio como de compras por los pasillos vacíos de unos almacenes donde no hay forma de satisfacer ningún deseo, de paliar ninguna necesidad, de solucionar ningún problema. Estamos sin gobierno y sin brújula. Rodeados de sombras y alimañas que rugen. Puede que claree la hora terrible del alba, la hora crucial de hacerlo (o deshacerlo) todo. Pero me debo a una quietud antigua y a cierto pesimismo del que ya no sé desprenderme. Me conformo, pues, con observar el desastre y mecerme en el desencanto.

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