Al Círculo Balear no le parece bien que Biel Barceló se manifieste, pancarta independentista en mano, con
quienes desean cambiar el orden actual de las cosas hasta dejarlas, quizá, del todo
irreconocibles. O hechas, en fin, unos zorros. Con quienes suelen acabar sus
manifestaciones, tal y como ocurrió el treinta y uno en Palma, quemando alguna
que otra bandera española. Con quienes apuestan por los países catalanes. Esa
quimera o ese delirio.
El Círculo Balear pide su dimisión porque no aprueba que un
miembro destacadísimo del gobierno de las islas vaya de farra pancartera y
pirómana con lo más granado de los antisistema locales, con ese grupito de
gente, no sé si ciega o si visionaria, que no para de transmitir, con enorme fe
y no menor entusiasmo, las directrices estratégicas del siempre persuasivo pancatalanismo
político.
Yo no sé si Barceló tiene derecho a exhibir, así, sus filias
y fobias. Quiero pensar que todo un vicepresidente del gobierno es alguien muy integrado
en la sociedad en que vive; que no es, en definitiva, un personaje
políticamente alternativo o un antisistema de manual. Nada de eso. Pasa, sin
embargo, que vivimos tiempos confusos en que se puede formar parte, incluso ejecutiva,
de cierto tipo de Estado y dedicarse, en realidad, a intentar apuntalar
proyectos alternativos, sociedades con nuevas banderas y dioses, con nuevos
héroes mitológicos y leyendas en el frontispicio marmóreo de los sueños, las
aberraciones y las pesadillas. La incurable insatisfacción colectiva de costumbre.
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