El club de la comedia
Puede que no sea nada fácil, en ocasiones, encontrarle algún
sentido fundamental o absolutamente trascendente a la vida; por eso, a veces, nos
conformamos con mucho menos, nos vale con algún que otro simple gesto teñido de
épica, salpimentado de heroísmo o repleto, en fin, de gloriosa y humana
testarudez para salir adelante y cumplir, de alguna manera, con el grueso del expediente.
Está claro, en fin, que no todos nos exigimos lo mismo, que la vida de algunos
pasa mucho más liviana, fresca, superficial y hasta ingrávida que la de muchos otros,
más lentos, sudorosos y hasta renqueantes, mucho más pesados, más
conscientemente heridos por no se sabe bien qué antiguas llagas o qué terribles
maldiciones.
En efecto, a algunos la vida nos obliga a exprimir religiosamente
las revueltas del lenguaje, a deletrear el temblor palpitante en las sienes, a
rebuscar en el absurdo laberinto de las frases hechas y por hacer esa
conclusión última que, si tenemos mucha, muchísima suerte, nos redima o
deslumbre. No hay salida del laberinto, pero es posible, también, que el
laberinto no exista y que lo inventáramos, nosotros mismos, una noche aciaga
donde el cielo era una gran tormenta y la tierra, un crepitante y voraz incendio,
para poder luchar contra algo, contra cualquier cosa, para escapar de algún
sitio, de uno mismo y de todos, para ahondar, tal vez, en el misterio que somos,
pero no acabamos de ser. Nunca acabamos de ser lo que somos.
Pero mientras escribo estas líneas están votándole no, otra
vez, a Mariano Rajoy en el Parlamento. Está bien: tal vez se lo merezca; pero los
discursos de unos y otros y, sobre todo, la votación en sí misma constituyen un
auténtico y vergonzoso paripé, una estupidez gremial que nos cuesta lo que sí
está en los escritos -el sueldo, las dietas, el despilfarro global de sus
señorías- para acabar concluyendo en absolutamente nada, salvo en esperar a que
llegue la votación definitiva, la del sábado, en la que sí habrá finalmente
investidura, porque así está pactado. ¿Pero qué especie de gran tomadura de
pelo es esta? ¿Para qué formalizar orgánicamente dos votaciones si la primera
de ellas es sólo una farsa a efectos de inventario, de ego más o menos
maltrecho, de aturdido y sectario partidismo? ¿Para qué perder más tiempo si,
según nos juran y perjuran, todo son apreturas y urgencias históricas y se
aproxima un tsunami de catástrofes sociales y económicas que hay que evitar a
toda costa? Pues nuestras señorías llevan así un año entero, cobrando
votaciones de paja y celebrando las ocurrencias, los chistes, los monólogos del
club de la comedia de sus portavoces, sus arengas de humo, de niebla, de nada.
Etiquetas: Artículos
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