La materia de los sueños
La Telaraña en El Mundo.
Esta noche pasada tuve un sueño bastante extraño. Soñé que
hace millones de años (debiera escribir millones de años-luz, pero la verdad es
que uno no sueña los conceptos que no acaba, físicamente, de comprender) en
alguna galaxia muy, muy, lejana unos hombres lanzaron al espacio una cápsula
conteniendo todo lo necesario para recrear la vida humana allá donde las
condiciones fueran mínimamente favorables. Esos hombres sabían, quizá, del poco
tiempo de existencia que les quedaba o de la precariedad ecológica o de la
conflictividad social de su planeta, fuera como fuera y allá donde estuviera;
sabían, tal vez, que su civilización empezaba a declinar sin remisión y
decidieron, acaso, encomendar su propio destino a que la naturaleza o el azar
les diera una segunda oportunidad en otro lugar y en otro tiempo.
En nuestro lugar y en nuestro tiempo, pensé y repensé,
mientras daba vueltas, realmente inquieto, bajo la levedad insoportable de las
sábanas, y me acechaba la idea de que aquellos hombres (y también mujeres,
aunque sea una vulgar redundancia decirlo) del sueño eran, de alguna manera, nuestros
antecesores más directos, nuestros dioses o padres creadores, los seres míticos
de los que unos y otros, de los que todos, absolutamente descendemos.
Con esta idea y otras igual de confusas y también de herméticas
rondándome la cabeza llegué, no negaré que algo agobiado, a la hora púrpura en la
que el día toca, finalmente, a rebato y el orden manifiesto de las cosas se
vuelve puntual, placentero y obsesivo. Levantarse, desayunar, leer la prensa,
repasar, oblicuamente, las redes sociales, atender al correo y dejarse invadir
por el agua lenta de la ducha y por los ruidosos preparativos del día que
comienza, inexorablemente, cada día.
Todo comienza y acaba cada día. Y cada noche los sueños nos
invaden: no sabemos ni podemos prevenir cómo. La verdad es que me gusta que así
sea. Yo no sé, ahora, si los hombres del sueño que soñé anoche son reales o sólo
son el fruto desolador de observar la realidad y no terminar de creérsela.
Tanto racista suelto y orgulloso, además, de haberse conocido, tanto
supremacista absolutamente desatado, tanto nacionalista a la caza y captura administrativa
del territorio de todos, tanto populista atentando contra la inteligencia de
las cosas, tanta discriminación lingüística y tanta miseria espiritual y
también económica igual me obligan a buscar los dioses que nos faltan, los
dioses que nunca tuvimos, en el abismo insondable, en el páramo infinito y
sumergido, gélido, en la oscuridad interior de eso que llamamos sueños sin
saber muy bien de qué material están hechos. La realidad como los sueños. O como
nosotros mismos.
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