Adivinos o agoreros
La Telaraña en El Mundo.
No siempre es fácil distinguir entre lo que es noticia y lo
que no lo es. ¿Nos concierne todo aquello que les sucede a los demás en algún
universo que, aunque se parezca mucho al nuestro, imaginamos muy alejado, quizá
paralelo, absolutamente distinto al nuestro? No sé si la realidad -el
resplandor de una única bengala en la noche de un universo completamente a oscuras-
da para tantos universos como parece que somos los que la sustentamos con
nuestra existencia, los que la aguantamos día a día, los que nos reunimos de
vez en cuando para juzgarla, para llevarla al paredón cuando procede, para
intentar convertirla en algo más llevadero y más humano; diríamos, tal vez, que
más justo, si no nos diera tanto miedo la justicia de los hombres y
prefiriéramos algo mucho más sencillo: la compasión, por ejemplo.
Ha sido noticia estos días la singular odisea, a la manera
de Leopold Bloom y Stephen Dedalus, es decir, un viaje magnífico a ninguna
parte, de un apostante mallorquín que anduvo muy cerca, con una apuesta de sólo
cuatro euros -realizada en Betpoint, una casa de apuestas con varios locales
abiertos en Palma- de hacerse con un botín de unos treinta mil euros. No es
moco de pavo. Tenía que acertar la friolera de dieciséis partidos de fútbol y
la buena suerte, por desgracia o azar, se le acabó cuando llevaba acertados
quince y el Villareal perdía con el Athletic cuando tenía que ganar a toda
costa y algunas emisoras de radio, más o menos deportivas, ya retransmitían en
vivo y en directo sus deseos y sensaciones, su desilusión y sufrimiento cuando
el reloj avanzaba y el sueño del dinero fácil se evaporaba en noventa minutos porque
los sueños duran lo que duran y ni un segundo de más. Hay que volver, entonces,
a la realidad y aunque haya tantas, todos sabemos cuál es la nuestra. No hay
otra.
Hemos pasado, en pocos años, de poder jugar mucho (porque
las diversas loterías nacionales, la ONCE, la quiniela y las tragaperras han
dado siempre para mucho) a poder jugar muchísimo. Demasiado. No hay forma de
ver un partido de fútbol sin que nos interrumpan con la penúltima cotización en
las bolsas turbias de la ludopatía, ese clamor casi místico que nos pretende
convertir en adivinos cuando no llegamos ni a agoreros. En señal de protesta,
mientras tanto, voy a convertirme en un «tipster»,
un experto en deportes realmente apasionantes: la hipnótica liga canadiense de curling, las agónicas carreras de galgos
moribundos en Florida (que a los nuestros ya los vi correr en el antiguo
canódromo: ese solar que van a reformar pronto o eso dicen), las imaginarias
partidas de dardos en el Duke of
Wellington o los salvajes enfrentamientos de buzkashi, el deporte nacional afgano. ¿Les parece que nadie apuesta
a esas cosas? Pues no estaría yo tan seguro.
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