La película de Ibiza
La Telaraña en El Mundo.
Yo puedo escribir un libro y titularlo “El árbol de Teneré”
sin haber estado nunca en esa orgullosa encrucijada de caminos situada en algún
lugar del Sahara, en Níger. En realidad, lo hice hace unos seis años y ninguna
autoridad dromedaria de la zona, ningún jeque de las caravanas del desierto,
ningún tuareg administrativo de las dunas de arena, nadie, repito, se me ha
quejado por usar el nombre de Teneré en vano. De hecho, los nombres están para eso,
para ser usados, para ser pronunciados o escritos una vez y otra hasta que
acaben perdiendo su contexto original, hasta que formen parte significativa de
nuestra vida, hasta que sean una palabra más del catálogo de palabras que
manejamos como si fuésemos sus albaceas o administradores únicos; los dueños,
en fin, de las palabras. ¿Qué otra cosa podríamos poseer que fuera más valiosa y
volátil, más íntimamente ligada a la respiración y al burbujear de las
entrañas, a la fonética personal de la existencia?
Viene todo esto (viene o va, porque quién sabe cuándo se
despereza la memoria) porque el Consell de Ibiza, hace unos días, acusó de
fraude a la película "Ibiza" de la plataforma Netflix por usar el
nombre de la isla sin haberla rodada en ella, sino en Croacia. Con todo, parece
que los productores de la película pidieron apoyo institucional al Consell,
pero este no se lo concedió por la mala imagen de la isla que daba. Todo va, pues,
de márquetin y contraprestaciones, de compra y venta de derechos. Todo va, por
supuesto, de aquella manera.
Pero estuve hace unos años en Dubrovnik, Croacia, y la
verdad es que me pareció estar realizando un auténtico viaje al pasado, a los
paisajes de Mallorca, Ibiza o Formentera hace algo así como medio siglo, cuando
yo era un niño y el turismo empezaba a ser lo que hoy es y la especulación
urbanística invadía las costas y las laderas de las dunas de arena justo hasta ahí
mismo donde rompe la espuma del mar y el niño que fui construía castillos de
arena contra la marea y el paso del tiempo. Esos castillos ya no existen.
Me importa muy poco lo que pueda narrar la película que
algunos podrán ver, si les place, en Netflix. En estos momentos escucho la
música de Pink Floyd mientras visiono “More”, la película que dirigiera en 1969,
Barbet Schroeder. Yo no sé si fue
subvencionada por las autoridades locales del momento. Supongo, imagino que no.
Sin embargo, si queda algo de Ibiza en las cinematecas del futuro será
precisamente “More”, una película que sí se grabó en Ibiza, que muestra su hermosa
ciudad amurallada, pero también la mirada alucinada de aquellos pioneros
contraculturales que fueron, sin duda, los hippies. De aquellas ilusiones rotas
a estos magníficos lodos de hoy en día no va casi nada. Sólo matices. Sólo un
infinito universo de matices.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home