De himnos y silbatos
La Telaraña en El Mundo.
Si España, tanto en su conjunto como en sus partes, fuera
realmente seria, no estarían pasando las cosas que pasan. O las que pasarán. Si
España fuera un poco más que menos seria no tendríamos programado para el
sábado, por ejemplo, una multitudinaria pitada de proporciones bíblicas al
himno nacional (y al Gobierno, representado por
Rajoy, y al Estado, encarnado
en la persona y también en el símbolo del Rey) con motivo de la celebración de
la final, de la maldita final de cada año los últimos años, de la Copa del Rey
de fútbol, esa copa que en tiempos solía levantar casi siempre el Athletic de
Bilbao y que, últimamente, parece ser cosa del Fútbol Club Barcelona. Son cosas
que pasan, aunque igual no debieran.
Con todo, con el paso serpenteante del tiempo, con las copas
galácticas de Europa o del Universo, el fútbol se ha ido convirtiendo en un
asunto meramente televisivo para la mayoría de la población, que no pisa un
estadio ni que lo lleven a rastras. Hacen bien. El Lluis Sitjar, por ejemplo,
ya no es lo que era, aunque tampoco, ni mucho menos, lo que debería ser. Hace
frío, en efecto, frío y también cierta desolación, en esos campos dejados de la
mano de dios; y en casa o en la ubicua casa de apuestas de la esquina se está
mucho más cómodo: las pantallas escupen su dinero de mentira y hay apuestas
para todos los gustos. Creo que hoy es un buen día para el gol del cojo o para
que al quinto córner consecutivo suene, como es de ley y algunos sabemos, la
flauta.
No suena, sin embargo, ninguna flauta. Son los viejos silbatos
de la mala educación sentimental o, en fin, de la pésima educación política
propia de los días en que vivimos. Hay que llegarse hasta Madrid, como hasta el
fin del mundo, para armar la marimorena (lo que nos remite al siglo XVI y a una
tabernera de Madrid, conocida por el nombre de María Morena) o la de San Quintín
(que es la encrucijada donde franceses y españoles libraron una cruenta batalla
tras la que Felipe II mandó construir el Monasterio de San Lorenzo en El
Escorial, nada menos). Hoy en día, por desgracia, ya no se construyen
monasterios; sólo puentes resbaladizos (de Calatrava,
la mayoría) por los que salir huyendo no es nada fácil. En absoluto.
Con todo, la tramoya organizada de los silbidos, los
silbatos (y este año, además, las camisetas amarillas) sólo puede tener,
legalmente, una lectura. ¿Es delito abuchear a las autoridades y pitarle al
himno? ¿Es delito vestir de amarillo gafe o no gafe? Si lo es, toca actuar
rápidamente y con firmeza. Si no lo es, toca disfrutar de la música y del
viento, de las caras de unos y otros, de la estulticia general y del poco
fútbol que suelen deparar estos partidos donde lo único que realmente parece importar
sucede antes de que el árbitro ordene que ruede el balón.
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