La ortografía y las lenguas
La Telaraña en El Mundo.
Emociona saber que el Ayuntamiento de Palma exigirá el
catalán a los enterradores. Se cierra, así, el ciclo que comenzó al
imponérseles la lengua que llaman propia a los barrenderos de Emaya: todos
nosotros y nuestras basuras nos iremos juntos y reciclados al otro barrio y se
cumplirá, entonces, el oráculo, no sé si el de vivir plenamente en catalán,
pero sí, al menos, el de morir catalanamente. Seguro que estas cosas marcan
mucho y, además, de forma muy honda; y a la hora gloriosa de resucitar o
reencarnarse en cualquier otro artefacto -un animal, una persona, un
extraterrestre, un higo chumbo- nuestra memoria recordará esos sagrados instantes
en que fuimos bendecidos, arrojados al fuego, incinerados o sepultados bajo
tierra por gentes que hablaban en catalán, que nos miraban con tristeza
esperanzada diciendo: «Descansi En Pau». O alguna que otra frase así de dulce y
armoniosa, compasiva, elocuente.
La verdad es que nunca he vivido en catalán. Pero tampoco he
vivido nunca en castellano. No tengo a las lenguas por una forma de vida, sino
por un medio, insuficiente, aunque necesario, de abrirse paso en la oscuridad
con el ridículo machete de la retórica entre los labios, de palpar leve, pero
firmemente, lo que se nos viene encima y jugar, entonces, a la vieja tarea, no
sé si creadora o creativa, de poner algún que otro nombre a las cosas, los
eventos, las circunstancias. También a las personas, aunque ello constituya un gran
problema en estos tiempos absurdos y volátiles en que el maniqueísmo arrasa con
todo y uno atesora amigos según los enemigos que acumula, en idéntica proporción
y medida. ¿Quién quiere, no obstante, amigos a cambio de enemigos o viceversa, si
ambos son las dos caras del mismo reflejo, el mismo espejismo, la misma
dialéctica que pugna por convencernos de que el mundo es tal y como lo pensamos
y no, tal y como simplemente es?
Lo que me duele de veras es el destrozo sistemático que se
hace de todas las lenguas en su uso diario en las redes sociales, los foros,
los chats, los mensajes telefónicos, las webs que se van creando porque, pese a
todo, la curiosidad es algo tan valioso que puede con todo. O con casi todo. No
es de recibo tener que leer continuamente textos que convierten la ortografía
del lenguaje en un camposanto sin tildes, sin haches cuando corresponden, con
el verbo haber y el verbo ver absolutamente confundidos, sin los remansos tan
necesarios de los punto y seguido, las comas, los punto y coma, el apóstrofe,
las diéresis, los dos puntos: el regreso, tal vez, de la tentación de escribir
como Camilo José Cela en Oficio de Tinieblas 5 o James Joyce en Finnegans Wake. Cómo explicarles que para escribir tan mal hace
falta, primero, saber escribir como los propios ángeles. Pues eso.
Etiquetas: Artículos, Literatura, Relatos
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