LA TELARAÑA: La ortografía y las lenguas

martes, mayo 22

La ortografía y las lenguas


La Telaraña en El Mundo.





 Emociona saber que el Ayuntamiento de Palma exigirá el catalán a los enterradores. Se cierra, así, el ciclo que comenzó al imponérseles la lengua que llaman propia a los barrenderos de Emaya: todos nosotros y nuestras basuras nos iremos juntos y reciclados al otro barrio y se cumplirá, entonces, el oráculo, no sé si el de vivir plenamente en catalán, pero sí, al menos, el de morir catalanamente. Seguro que estas cosas marcan mucho y, además, de forma muy honda; y a la hora gloriosa de resucitar o reencarnarse en cualquier otro artefacto -un animal, una persona, un extraterrestre, un higo chumbo- nuestra memoria recordará esos sagrados instantes en que fuimos bendecidos, arrojados al fuego, incinerados o sepultados bajo tierra por gentes que hablaban en catalán, que nos miraban con tristeza esperanzada diciendo: «Descansi En Pau». O alguna que otra frase así de dulce y armoniosa, compasiva, elocuente.
 La verdad es que nunca he vivido en catalán. Pero tampoco he vivido nunca en castellano. No tengo a las lenguas por una forma de vida, sino por un medio, insuficiente, aunque necesario, de abrirse paso en la oscuridad con el ridículo machete de la retórica entre los labios, de palpar leve, pero firmemente, lo que se nos viene encima y jugar, entonces, a la vieja tarea, no sé si creadora o creativa, de poner algún que otro nombre a las cosas, los eventos, las circunstancias. También a las personas, aunque ello constituya un gran problema en estos tiempos absurdos y volátiles en que el maniqueísmo arrasa con todo y uno atesora amigos según los enemigos que acumula, en idéntica proporción y medida. ¿Quién quiere, no obstante, amigos a cambio de enemigos o viceversa, si ambos son las dos caras del mismo reflejo, el mismo espejismo, la misma dialéctica que pugna por convencernos de que el mundo es tal y como lo pensamos y no, tal y como simplemente es?
 Lo que me duele de veras es el destrozo sistemático que se hace de todas las lenguas en su uso diario en las redes sociales, los foros, los chats, los mensajes telefónicos, las webs que se van creando porque, pese a todo, la curiosidad es algo tan valioso que puede con todo. O con casi todo. No es de recibo tener que leer continuamente textos que convierten la ortografía del lenguaje en un camposanto sin tildes, sin haches cuando corresponden, con el verbo haber y el verbo ver absolutamente confundidos, sin los remansos tan necesarios de los punto y seguido, las comas, los punto y coma, el apóstrofe, las diéresis, los dos puntos: el regreso, tal vez, de la tentación de escribir como Camilo José Cela en Oficio de Tinieblas 5 o James Joyce en Finnegans Wake. Cómo explicarles que para escribir tan mal hace falta, primero, saber escribir como los propios ángeles. Pues eso.






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