destino Frankfurt
La Telaraña en El Mundo.
Hay un tiempo limitado en el que hacemos y deshacemos como si todo fuera definitivo, sin serlo. Fingimos interés y hablamos del entorno como si nos afectase veinticuatro horas al día. No es así, pero cómo explicarlo. Todas las banderas nos parecen igual de ridículas y sectarias. Tampoco es así, pero no importa. Insistimos. Hay que salvar la cultura, quizá porque nos permite alejarnos de todo y todos y hasta regresar, luego, cuando nos apetece. El largo viaje exige aprender a distinguir unos paisajes de otros. La metáfora de un principio y un final, que se solapan en este instante de frío intermitente, de cuerpo temblando como la rama a punto de caer del árbol, nos aproxima a la frágil conciencia del mundo. Lo edificamos a nuestra imagen y semejanza. No extraña que, a veces, se nos derrumbe, se volatice, se quede en nada. Igual es que necesitamos destruir lo que amamos para confirmar nuestros temores y presagios.
Así, mientras Sebastià Serra corteja con el arribismo de unos, el desprecio de otros y la indiferencia de la mayoría, sería injusto obviar que ha conseguido dividir, con precisión de cirujano miope, el panorama editorial balear. De un lado el Gremi de Editors y del otro la Asociación de Editores. Si los primeros serán legión, aunque insatisfecha, en Frankfurt, los segundos andan perplejos con algunas invitaciones, revocadas por falta de producción en catalán, que han recibido. Es de ver cómo se maltrata la cultura con la monocorde cantinela de la normalización lingüística.
En Cataluña pasa igual. La falsa y antidemocrática ecuación nacionalista que iguala cultura y lengua vivirá en Frankfurt uno de sus momentos de excelso delirio. El IRL anuncia un programa “terriblemente actual”. No nos extraña la metáfora porque nunca lo actual fue tan terrible ni tan terrible lo actual. Bargalló desea demostrar “con contundencia” que la literatura catalana es una y grande en Europa. Tiene su mérito hacerlo, como ha denunciado el Gremio de Editores de Cataluña, sin contar con los mejores autores catalanes, Vila-Matas, Marsé o Mendoza. Su baza es aferrarse a Joanot Martorell y a Ramón Llull, un valenciano y un mallorquín. Viva la literatura catalana.
A estas alturas del festín no diré nada sobre la que hubiera podido montarse la cultura mallorquina –a solas- con los setecientos mil euros de la Feria. Nada de literas o habitaciones compartidas, nada de cinco metros cuadrados con los portátiles echando humo y los autores y editores, sus libros y catálogos, inundando el espacio virtual en el bucle eterno de una presentación de diapositivas tipo PowerPoint. Nada de quelitas untadas de sobrasada con mahonés. Nada de nada sino todo lo contrario. Un minuto de silencio, en alemán, ante la desgracia de vernos privados de las discretísimas, eclécticas y muy rabínicas corbatas de mosén Segura. Pero ya se sabe. La gloria no tiene precio o sí, pero no importa. Siempre pagan otros. Es fantástico.
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