los acróbatas
La Telaraña en El Mundo.
Ahora que hemos sobrevivido a un tornado tan imprevisto, rápido y brutal, nos sentimos tan escépticos como optimistas. A mí me pilló catando un sudoroso cóctel de siesta y gripe incipiente. Pensé en la fiebre frenética cuando se oscureció el cielo y un muro de agua me obligó a cerrar las ventanas. Afuera, el rumor arreciaba y adentro, el desasosiego de la invasión me confirmó que tanta fragilidad bien merecía la acrobacia de unas líneas.
Escribir es sólo esto. Tejer palabras y, si hay suerte, sugerir algunas ideas. Sólo unas pocas, incompletas y dispersas, que no hay que abusar, que el lector ya superó la etapa de la educación para la ciudadanía. Que ya no busca una igualdad que no existe, salvo si se la convierte en uniformidad. Que no se columpia, pueril, en el artificio de unas diferencias -hechos diferenciales, los dicen- del todo irrelevantes para la condición humana. Que el lenguaje y el mundo son lo mismo y no lo son. Que hay perversiones para todos los gustos -como las velas regias de Joan Lladó- pero que, en fin, la gente no vive como si cada cuatro años tocasen a rebato. Será por eso que la web del gobierno tiende a ningunearme en sus resúmenes de prensa. Si me censuran, igual me leen. Ya me vale.
En una última cabriola, el gobierno de Antich -y todavía del Bloc y UM- alejará, lo más que pueda, del Monasterio de La Real las dependencias del nuevo hospital. Mal hecho. Los severos claustros y jardines, las celdas silentes, la meditación y el rigor unísono -en este caso- de la cultura, serían el mejor bálsamo para los enfermos convalecientes. Imaginen a los monjes velándolos, diluyendo sus temores e ilustrando sus horas de tedio, desesperanza o agobio. El uso del asentamiento cistercense como refugio contra el dolor es una idea hermosa y muy cristiana. Pero no se me confíen, que también los hay que convertirían esas piedras santas en depósito de cadáveres y tampoco es eso. Hay que dejar a los muertos en paz, sin letanías ni monsergas, sin vida.
Ahora que hemos sobrevivido a un tornado tan imprevisto, rápido y brutal, nos sentimos tan escépticos como optimistas. A mí me pilló catando un sudoroso cóctel de siesta y gripe incipiente. Pensé en la fiebre frenética cuando se oscureció el cielo y un muro de agua me obligó a cerrar las ventanas. Afuera, el rumor arreciaba y adentro, el desasosiego de la invasión me confirmó que tanta fragilidad bien merecía la acrobacia de unas líneas.
Escribir es sólo esto. Tejer palabras y, si hay suerte, sugerir algunas ideas. Sólo unas pocas, incompletas y dispersas, que no hay que abusar, que el lector ya superó la etapa de la educación para la ciudadanía. Que ya no busca una igualdad que no existe, salvo si se la convierte en uniformidad. Que no se columpia, pueril, en el artificio de unas diferencias -hechos diferenciales, los dicen- del todo irrelevantes para la condición humana. Que el lenguaje y el mundo son lo mismo y no lo son. Que hay perversiones para todos los gustos -como las velas regias de Joan Lladó- pero que, en fin, la gente no vive como si cada cuatro años tocasen a rebato. Será por eso que la web del gobierno tiende a ningunearme en sus resúmenes de prensa. Si me censuran, igual me leen. Ya me vale.
Etiquetas: Artículos
5 Comments:
Compruebo con satisfacción que no se lo ha llevado el aguacero.
Con los servicios de previsión que tenemos y las infraestructuras actuales, el día que caiga algo serio la isla entera desaparece:-)
Saludos!
Lástima que el aguacero le haya pillado medio griposo. Tardes asi, con tornado y en casita, dan para otro tipo de cócteles. Y canciones.
A la web del gobierno, que la empapen.
Decía que yo ya estoy preparado para bajar por La Riera haciendo rafting.
Homre, ruinoso, tú por aquí... A este paso sólo nos veremos de feria de libro a feria del libro. Una lástima:-)
Abrazos
Juan
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