el manifiesto
La Telaraña en El Mundo.
Con este calor, quizás sobrevenido antes de su hora habitual –aunque en el tiempo, la memoria y las estadísticas casi nunca coincidan- el mundo se vuelve un lugar pesado donde hasta las ideas pesan como si se arrastraran encadenadas a numerosos flecos irresolubles e, incluso, el pensamiento todo parece sucumbir al escenario plúmbeo, de gravedad multiplicada y doliente, donde apenas sí sucede nada y lo que sucede lo hace como a cámara lenta y deformada, además, por el grueso reflejo del sudor rondándonos primero la frente, el oleaje de sus arrugas, y luego la comisura de los labios, ese lugar donde la palabra se esconde de sí misma y de nosotros.
No sé si será por el calor o por otra cosa, pero lo cierto es que, días atrás, presté mi firma y mi apoyo –en la Web de EL MUNDO- al Manifiesto por la Lengua Común que han perpetrado, entre otros, Savater, Lastra, Azúa, Espada o Pombo. Reseño el gesto, que sé –reconozco- inútil, porque no es normal que, con mi afición a los disolventes, me adhiera, jamás, a causa alguna. Pero siempre hay una primera vez, aunque me haya resultado dolorosa la redacción del texto. Es obvio que tanto intelectual reunido –supongo que agitado, pero no revuelto- podía haberlo hecho mucho mejor y ahorrarnos una prosa tan cargada de eufemismos políticos, dilaciones e imágenes suicidas –es absurdo resaltar la trivial riqueza del mito democrático y no el trasunto sagrado y totémico de Babel, por ejemplo- para acabar ofreciéndonos unas conclusiones que, amén de impecables, son necesarias. En todo caso, aquí, más vale un parto, sea o no como el de los montes, que el provinciano aborto perenne de los nacionalismos. Por eso tienen mi apoyo.
Mientras tanto, el Govern se lava las manos y no sólo eso. Sale corriendo –junto al Consell y la estólida sección lingüística de la UIB- a sumarse, sin ningún rubor, a la farsa paranacional de la Universidad Catalana d´Estiu en Prada de Conflent, esa aldea francesa donde sólo se venden, con usura, productos catalanes.
No sé si será por el calor o por otra cosa, pero lo cierto es que, días atrás, presté mi firma y mi apoyo –en la Web de EL MUNDO- al Manifiesto por la Lengua Común que han perpetrado, entre otros, Savater, Lastra, Azúa, Espada o Pombo. Reseño el gesto, que sé –reconozco- inútil, porque no es normal que, con mi afición a los disolventes, me adhiera, jamás, a causa alguna. Pero siempre hay una primera vez, aunque me haya resultado dolorosa la redacción del texto. Es obvio que tanto intelectual reunido –supongo que agitado, pero no revuelto- podía haberlo hecho mucho mejor y ahorrarnos una prosa tan cargada de eufemismos políticos, dilaciones e imágenes suicidas –es absurdo resaltar la trivial riqueza del mito democrático y no el trasunto sagrado y totémico de Babel, por ejemplo- para acabar ofreciéndonos unas conclusiones que, amén de impecables, son necesarias. En todo caso, aquí, más vale un parto, sea o no como el de los montes, que el provinciano aborto perenne de los nacionalismos. Por eso tienen mi apoyo.
Mientras tanto, el Govern se lava las manos y no sólo eso. Sale corriendo –junto al Consell y la estólida sección lingüística de la UIB- a sumarse, sin ningún rubor, a la farsa paranacional de la Universidad Catalana d´Estiu en Prada de Conflent, esa aldea francesa donde sólo se venden, con usura, productos catalanes.
Etiquetas: Artículos
2 Comments:
A veces hay que firmar para descubrir que no volverás a prestarte a causa alguna, y no lo digo sólo por lo inútil o tardía.
Ciertamente;-)
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