el delito
La Telaraña en El Mundo.
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De las frases presuntamente brillantes –valga esta como insignificante ejemplo inverso- sólo suele quedar la carbonizada exhibición del pábilo. Un rescoldo oscuro que primero tizna y luego sólo chirría en el recuerdo. O ni eso. Así, la mayor sandez que he oído desde hace tiempo –y no es poco el suplicio de clasificar tantos rebuznos comunes- la expuso el presidente de la OCB, Jaume Mateu, en unas recientes jornadas en el Colegio de Abogados. Dijo –y deseo que la traducción no sea sólo una traición- que «en Mallorca, los autores que escriben en catalán son auténticos defensores de los derechos humanos por el simple hecho de redactar en su propia lengua». Me dan ganas de repetir, una vez y otra, esta sonora elucubración hasta que venza el espacio de esta columna y el absurdo dé paso, al fin, al alivio de la risa. Pero no lo haré y seguiré delinquiendo contra la Humanidad. Qué remedio.
Puede que los derechos humanos estén tan maltrechos que hasta la caverna de Barceló y las botas férreas de los nacionalistas les hacen justicia. Pero todo tiene su haz y su envés. Desde la UIB, Montserrat Casas pide ayuda al Govern para la Facultad de Medicina. Espero que el tema, aún sabiendo que los futuros médicos lucirán un memorable nivel de catalán, se demore. Quizá el aprendizaje de la vida requiera alguna dosis de destierro e independencia larvada. Conviene empezar a equivocarse en tierra ajena sabiendo que el hogar es sólo un punto de partida y un refugio al que, siempre, se acaba volviendo. O no.
Mientras tanto, Bàrbara Galmés y Joan Manuel Tresseras, con Sebastià Alzamora de comisario político, inundarán de libros escogidos los andenes de los metros de Barcelona y Palma. Inundar nuestro metro tiene su peligro, pero es lo de menos. ¿Quién puede leer en esos vagones donde las letras bailan, traqueteadas, como si fuéramos víctimas de un intermitente ataque de epilepsia? Leer exige otro espacio, otra luz y otro silencio. Otro ánimo. Y sobre todo, no confundir cultura con propaganda.
Puede que los derechos humanos estén tan maltrechos que hasta la caverna de Barceló y las botas férreas de los nacionalistas les hacen justicia. Pero todo tiene su haz y su envés. Desde la UIB, Montserrat Casas pide ayuda al Govern para la Facultad de Medicina. Espero que el tema, aún sabiendo que los futuros médicos lucirán un memorable nivel de catalán, se demore. Quizá el aprendizaje de la vida requiera alguna dosis de destierro e independencia larvada. Conviene empezar a equivocarse en tierra ajena sabiendo que el hogar es sólo un punto de partida y un refugio al que, siempre, se acaba volviendo. O no.
Mientras tanto, Bàrbara Galmés y Joan Manuel Tresseras, con Sebastià Alzamora de comisario político, inundarán de libros escogidos los andenes de los metros de Barcelona y Palma. Inundar nuestro metro tiene su peligro, pero es lo de menos. ¿Quién puede leer en esos vagones donde las letras bailan, traqueteadas, como si fuéramos víctimas de un intermitente ataque de epilepsia? Leer exige otro espacio, otra luz y otro silencio. Otro ánimo. Y sobre todo, no confundir cultura con propaganda.
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Por cierto, estoy preparando un inminente viaje a Berlín, una huida de 4 días al corazón dividido de la Europa del siglo XX.
No espero encontrar allí más ruinas de las que ya conozco (de las que ya me rodean).
Etiquetas: Artículos
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