el futuro
La Telaraña en El Mundo.
Desde que trabajo ante un monitor panorámico de 22 pulgadas tengo la impresión de que el mundo se ha vuelto enorme mientras que las palabras aparentan ser mucho más pequeñas. Pero sólo es un efecto óptico, un FX, un guiño de la lente al ojo, un giro de la cámara, un vuelco lógico de la razón. Nada importante. Vale que, ahora, me cuesta más que nunca rellenar de palabras la pantalla, es cierto, pero cuando lo consigo, constato que su número no ha variado, que las mismas sílabas de antes colman la página de luz y la desbordan. Será que no importa la luz y sí las sombras, los márgenes, el lugar selecto donde la verdad se oculta a los necios y se burla de ellos. Quién lo diría.
Ya sabíamos que el futuro estaba en los clones –el futuro siempre se parece, sospechosamente, al pasado- o quizá más allá, en la mutación de las formas, en su inserción bajo pretexto artístico o científico -¿vale, también, político?-, en su laberinto de esquejes pugnando, primero, por brotar y luego por desgajarse del tronco común. Quizá sea ley de vida o, en su defecto, vicio parlamentario. El gobierno de Antich echa cuentas sin que le cuadren. Se les ha colado un número con el formato erróneo. Le llaman Vicens, como podrían llamarle Nadal o Munar o, en definitiva, UM. Las mutaciones se esconden en los pliegues más ínfimos, en las cloacas más subterráneas.
Vuelvo a los clones y las mutaciones. Una mujer zancuda con un solo pecho –coronado por un estilete- saca a pasear a su perro. El animal tiene un buen culo y un hermoso pimiento de Padrón por cabeza. El lugar es La Misericordia y hablo de una escultura. Ahí me quedé pensando en otros injertos del celuloide, los de Babylon o Wanted -espléndida Angeline Jolie, ambigua y seductora-, pero también en el australiano Stelarc y su oreja implantada en el antebrazo. No sé qué tiene eso que ver con el doctor Ramón Llull ni con sus células madres. Desde que trabajo ante un monitor panorámico el mundo se me ha vuelto enorme, pero muy dúctil. Como un Cyborg.
Ya sabíamos que el futuro estaba en los clones –el futuro siempre se parece, sospechosamente, al pasado- o quizá más allá, en la mutación de las formas, en su inserción bajo pretexto artístico o científico -¿vale, también, político?-, en su laberinto de esquejes pugnando, primero, por brotar y luego por desgajarse del tronco común. Quizá sea ley de vida o, en su defecto, vicio parlamentario. El gobierno de Antich echa cuentas sin que le cuadren. Se les ha colado un número con el formato erróneo. Le llaman Vicens, como podrían llamarle Nadal o Munar o, en definitiva, UM. Las mutaciones se esconden en los pliegues más ínfimos, en las cloacas más subterráneas.
Vuelvo a los clones y las mutaciones. Una mujer zancuda con un solo pecho –coronado por un estilete- saca a pasear a su perro. El animal tiene un buen culo y un hermoso pimiento de Padrón por cabeza. El lugar es La Misericordia y hablo de una escultura. Ahí me quedé pensando en otros injertos del celuloide, los de Babylon o Wanted -espléndida Angeline Jolie, ambigua y seductora-, pero también en el australiano Stelarc y su oreja implantada en el antebrazo. No sé qué tiene eso que ver con el doctor Ramón Llull ni con sus células madres. Desde que trabajo ante un monitor panorámico el mundo se me ha vuelto enorme, pero muy dúctil. Como un Cyborg.
Etiquetas: Artículos
2 Comments:
Joder, tío...
Da gustico leerte.
jo jo jo qué grande eres, gracias:-)
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