acercando orillas
Antonio Rigo, Jorge Espina, Verónica García, el de los papeles, Inés Matute y Ricardo Hernández Bravo.
Tito Expósito con Antonio Rigo y el novelista Joaquín Lloréns a la escucha.
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La Telaraña en El Mundo.
La fe de Antich
La sombra de los fiscales sobrevolando, con sus velos de plomo, el Parlament no era el escenario ideal para discurrir sobre el estado de la comunidad. ¿Cuál estado? ¿Cuál comunidad? Es difícil ordenar el caos y aún más buscarle una lógica y luego alguna salida. Por eso no extraña que Antich -en su asfixia: el aliento de Munar a su espalda- apelara al “orgullo de país” -¿cuál país?- para afrontar los estragos de la crisis. Iba, ahora, a preguntar qué crisis, por darle estilo a la columna pero, esta vez, me temo que no procede. Mal andamos o ni eso. Tal vez sólo desfilamos rudamente, con el uniforme y el paso cambiados, igual que un menguado grupo de estudiantes a los que acabo de ver cruzar las Ramblas sin más seña de identidad que un par de banderolas rojas –con su rutilante hoz y su sufrido martillo, eso sí- y un puñado de “estelades” al viento. Será que no tienen más presente ni mejor futuro que el STEI-i. Qué horror. Estos chicos tienen un serio problema.
Pero no sólo lo tienen ellos. También nosotros. Las palabras de Antich -prófugas, en ocasiones, de sentido- acabaron, sin embargo, invocando una nueva forma de crecer con la que sustituir la economía especulativa. No sé qué caminos, cuáles, conducen de la ruina a la fe, ni viceversa. Y ante tanta inacción me quedo, mientras tanto, con el verso de Eliot: “El tiempo no cura nada. El paciente ya se ha ido”.
A los estudiantes no les gusta el Pacto de Bolonia ni que se endurezca la selectividad. Es muy lógico. Los estudiantes quieren aprender a su aire, sin la traba de la administración, los filtros de la burocracia y el angosto resquicio que la competencia de la masificación les deja, apenas, entreabierto. Hay poco que ver a su través y menos cuando se sabe lo fácil que es asociarse con empresas fantasmas o, incluso, comprar un título académico de pega y convertirse, sin pudor alguno, en cirujano, historiador, químico o, mejor aún, en alquimista. De ahí al claustro de la UIB hay sólo un paso. Aunque que sea en falso.
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