el puente simulado
La Telaraña en El Mundo.
Resulta fácil vaciar de sentido la realidad. Basta con atender a las anécdotas y filtrar la brújula de su desvarío como si sus protagonistas, en vez de todos, fueran tan sólo los otros. No es así. Ceñir la realidad a la baraja de anécdotas, siempre bien surtida, que cualquier tahúr manipula a su antojo, puede parecer un ejercicio sagaz –y muy útil si se trata de escribir una columna para lectores dóciles- pero no deja de ser, nunca, una perversión y un despilfarro intelectual, un juego leve, un artificio de estilo que, al final, cede por su propio peso. Su ingravidez. Su nadería.
Mientras tanto, las anécdotas se suceden, mutantes, hasta que la realidad las enaltece o disuelve sin reparo alguno. No lo merecen. Así, la noche del viernes –buscando las sombras y la alevosía- recorrí el nuevo Pont des Tren. En el ambiente olía a cartón piedra, a poema ripioso, a mezcla de quejido –el espectro del arquitecto Bennázar arrastrando adoquines a través del tiempo- y discurso fútil de Calvo, Vicens o Fermoselle. Demasiado revuelo para sólo vadear el vacío. Qué poca cosa.
Pero menos es caer en la redundancia y convertir un día en una Diada –otra-, abrir las puertas de la Presidencia –aire, más aire-, editar un libro de pega y ofrecer a la ciudadanía un maratón de tiro olímpico, petanca, bailes, carreras al trote y hasta medallas de oro para la UIB. Así todo queda en casa y en el olvido, claro.
Resulta fácil vaciar de sentido la realidad. Basta con atender a las anécdotas y filtrar la brújula de su desvarío como si sus protagonistas, en vez de todos, fueran tan sólo los otros. No es así. Ceñir la realidad a la baraja de anécdotas, siempre bien surtida, que cualquier tahúr manipula a su antojo, puede parecer un ejercicio sagaz –y muy útil si se trata de escribir una columna para lectores dóciles- pero no deja de ser, nunca, una perversión y un despilfarro intelectual, un juego leve, un artificio de estilo que, al final, cede por su propio peso. Su ingravidez. Su nadería.
Mientras tanto, las anécdotas se suceden, mutantes, hasta que la realidad las enaltece o disuelve sin reparo alguno. No lo merecen. Así, la noche del viernes –buscando las sombras y la alevosía- recorrí el nuevo Pont des Tren. En el ambiente olía a cartón piedra, a poema ripioso, a mezcla de quejido –el espectro del arquitecto Bennázar arrastrando adoquines a través del tiempo- y discurso fútil de Calvo, Vicens o Fermoselle. Demasiado revuelo para sólo vadear el vacío. Qué poca cosa.
Pero menos es caer en la redundancia y convertir un día en una Diada –otra-, abrir las puertas de la Presidencia –aire, más aire-, editar un libro de pega y ofrecer a la ciudadanía un maratón de tiro olímpico, petanca, bailes, carreras al trote y hasta medallas de oro para la UIB. Así todo queda en casa y en el olvido, claro.
Etiquetas: Artículos
2 Comments:
Deduzco que menos sólido que éste
http://www.exposicionesmapfrearte.com/entredossiglos/exposicion/ficha17.html
¿no?
(véase la parte inferior derecha de la ficha)
Je, es que no llega ni a puente, porque no hay río ni vado... sólo que unos lo derrumbaron por inútil, -con nocturnidad y alevosía, por cierto- y otros lo han repuesto pero sin saber por qué ni para qué ni, por supuesto, qué hacer, ahora, con él... Abrazo
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