LA TELARAÑA: elegía del botellón

viernes, septiembre 11

elegía del botellón

La Telaraña en El Mundo.



Podría enumerar los detonantes suficientes para que un botellón acabe anunciando el rosario de la aurora, pero no lo haré. No creo que la realidad sea un muerto tan dócil como para admitir todo tipo de disecciones sin inmutarse ni airear su disgusto, el gesto roto de su dolor. Al contrario, el cadáver exquisito que intuimos en ella -dentro y fuera: en sí misma- guarda, con celosía, su arcón de chirridos, su ristra de llagas sucesivas, la piel púrpura de su sangre reseca.

Pero cada urbe es como es. Si en Pozuelo han prohibido -mal hecho- el botellón, en Palma se prefiere adecentarlo. Así, Grosske -la política o la gestión del gueto, la estulticia del uso privado del espacio público- apuesta por instalar baños. Gran idea. Hay en el negro fondo del vacío compartido, trago a trago, un desagüe abisal donde todo se reencuentra consigo mismo. Es la máxima del reciclaje y la sostenibilidad. O algo así.

Pero no sólo hay vacío. Hay también desasosiego y carencias: la lenta asfixia de un rítmico estertor dando paso a una explosión bárbara (no es tan raro, tras el estertor no siempre llega la calma). En ese proceder no hay ideología alguna, no hay transgresión ni pálpito anti-sistema; hay sólo alcohol, droga e ignorancia. Es decir, sistema, sistema puro y duro. ¿La estulticia de la que hablaba? Qué va. La de los políticos es peor. En apariencia, culta e ilustrada. En realidad, lerda y dañina.

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