LA TELARAÑA: El juego de las cuatro esquinas

sábado, diciembre 5

El juego de las cuatro esquinas

La pregunta al debate en El Mundo: ¿Cree que la debilidad de Antich con UM afecta a la gobernabilidad?



. La pregunta de hoy nos invita a la vigilia estricta de las cuatro esquinas sobre las que se apoya la realidad para, tras un golpe de efecto, dejarlas caer y enfrentarnos al paisaje plano y yermo, quizá vacío, donde transcurren las cosas y el tiempo pasa sin que suceda nada y el aire escasea y la brisa no corre y las palabras se resquebrajan, carcomidas por la inercia o el horror del diseño, y se gastan de tanto rumiar el dibujo de sus arrugas, y pierden peso y volumen y devienen, al fin, raquíticos signos de usar y tirar que ya muy poco significan. ¿Significan algo?

La naturaleza del poder, eso sí, nos insinúa otros ángulos desde los que enfocar, y distorsionar, los pilares del asunto. El primero es Francesc Antich y el segundo su presunta debilidad. No creo que quien lleva una década larga como Secretario General del PSIB, que es un partido político importante, pueda ser una persona débil. Podrá ser otras muchas cosas y quizá las sea -no sé, acaso indeciso, medroso, diplomático, superficial o amable, pero también lo opuesto, calculador, frío, metódico y hasta terriblemente vulgar- pero débil... Lo dudo.

Pero si Antich no es débil de carácter, el problema hay que buscarlo en la posición estratégica que ocupa UM, ese grupito en tierra de nadie que acampa donde le place y hasta se permite el lujo de decidir quién ha de poblar los establos y quién cobijarse bajo el frío titilar de las estrellas, a la intemperie, al puto cielo raso.


Ese poder mefistofélico es el que explica la debilidad política, la endeblez gestora y las vacilaciones de Antich, su no saber qué hacer ni cómo, su mirar alrededor sintiéndose en la más completa soledad, la que carece de una pizca de humanidad, un ápice de bonhomía, un mínimo lunar de esperanza. No, Antich gira sobre sí mismo y sólo ve corrupción allá donde mire. La ve a su derecha, en un partido que fue, como él, tan responsable del delito como el propio delincuente. La ve a su izquierda, donde se mezclan el nauseabundo catalanismo y las trasnochadas liturgias de unos pocos sin nada con que tentarle. La ve en sí mismo, quizá por contagio y, desde luego, por costumbre. La corrupción lo corrompe todo. Y hablar, ahora, de la última esquina de este desolador paisaje, es decir, de la gobernabilidad, sí que resulta una quimera. Antes de pensar en gobernar esta cloaca hay que limpiarla a fondo. Pero mucho.

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