Cuando el nacionalismo calculador y contable de la derecha
económica más burguesa del país entero -aún llamado España- y el ánimo
independentista de cierta izquierda, sin más referentes que una confusa
identidad (aún por determinar, históricamente), se alían para detentar el
poder, como sucede ahora en Cataluña, sólo cabe esperar, como mínimo, algún
milagro. O en su defecto, un sucedáneo.
Así, pues, si el resultado no es un milagro, es que es una
terrible paradoja. Y si no una paradoja, una sucesión de representaciones sin
más sustento que la pose y el gesto, la liturgia agraz de una fe que no repara
en las cuentas de otro rosario que no sea el de los talones bancarios en
paraísos fiscales (mejor si de la UE, claro) y las cuotas de poder, la milicia
lingüística en los territorios de ultramar (sobre todo en Baleares, pero ya
puestos y, si se dejan, también en Aragón o en Valencia), la intervención
nacional de lo común y hasta la perversión de lo propio. Como de lo ajeno.
Pero, por ahora, todo parece reducirse a un gran telón sobre
el retrato del Rey. La idea fue del departamento de protocolo de la
Generalitat. Mucho trabajo tendrá esta gente si lo que quieren es cegar la
realidad, sin que se les note lo ciegos que están.
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