Nos vamos aproximando, bien es cierto que con dificultades y
casi que a rastras, a la fatídica, pero sugerente, fecha del 21 de diciembre.
Me gusta mucho la idea, por lo que tiene de tentación y azar, de destino puesto
en tela de juicio y de inexorable duelo al sol entre las dos caras esenciales
y, quizá, inseparables, de la existencia: la suerte frágil, pero fraternal, de
creer en algo -en lo que sea- y la terrible, exigente soledad de no creer absolutamente
en nada.
Sucede, además, que no hay mejor forma de enfrentarse a la
realidad, que intentar llegar hasta donde sus augurios vencen y, en ese
incierto instante donde intuimos que todo ha alcanzado su límite, acertar a
comprender, siquiera una vez, que lo único que puede salvarnos es haber pagado
el dudoso peaje hasta más allá de lo posible. Y si se puede, regresar para
contarlo. Claro.
Pero el fin y, también, el principio del mundo acontecen
tantas veces a lo largo de un simple día cualquiera, que no acabo de entender
qué extraños fenómenos, qué alud de signos o de testimonios habrían de suceder
en esa fecha tan señalada para que lo que nace con un vagido y lo que muere con
un suspiro dejen de alternarse, sin remedio ni pausa, hasta que el tiempo deje
de ser el tiempo y nosotros, esos viajeros sin más destino que el de perdernos
y rencontrarnos a cada instante. O así.
Etiquetas: Artículos
1 Comments:
Qué buena reflexión... Ya queda menos, sólo dos días.
Gran blog el tuyo. Tengo un amigo que está promocionando el suyo, busca otros con los que intercambiar comentarios. Por supuesto, estás invitado. Está en http://www.jacobogordon.com
Un saludo!
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