A veces, leo la prensa y se me antoja estar reviviendo el
mismísimo Día de la Marmota; no tanto ese 2 de Febrero folclórico de Punxsutawney,
mientras las nubes auguran que el invierno durará poco -eso espero-, como la
odisea de Bill Murray atrapado en un
círculo vicioso donde todo se repite y la única forma de salirse es hurgar en
los pequeños detalles. Sobre todo en los más pequeños, casi que invisibles.
Sera por eso, tal vez, que los grupos municipales de la
oposición, PSIB y Més per Mallorca, utilizan los plenos de Cort para
atiborrarse de grandes temas -anular el consejo de guerra contra Emili Darder o instar a PP y UPyD a no
declarar los toros Bien de Interés Cultural, por ejemplo- en vez de ocuparse de
los pequeños, pero enormes, problemas de Palma.
Pero el día ya se me eterniza del todo cuando me encuentro,
en Diario de Mallorca, a todo un profesor de Historia Económica de la UIB, Ramón Molina, reivindicando la vigencia
actual de la lucha de clases. Luego me entero que fue director del Gabinete de
Economía con Carles Manera y casi
que lo entiendo. Pero tampoco. Quizá Corinna
zu Sayn-Wittgenstein le podría explicar qué extraños lobbies manejan ahora
el mundo a expensas de los estados, las naciones y los ciudadanos.
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