Hay que tener un espíritu deportivo de lo más olímpico para
calificar de “victoria ciudadana”, según los ediles del PSM-IV-ExM, la
eliminación de los duques de Palma de la Rambla, que antes fuera de Carrero Blanco, nada menos. Debe ser la
fe en el lenguaje. O en su manipulación. Pero no sé si semejantes victorias nos
aliviarán de la continua derrota del individuo en el día a día de un engranaje
social que no hace sino autoalimentarse. A nuestra costa.
Pero la gesta, reformulada ahora como la lucha por recuperar
la dignidad palmesana, tiene aún pendiente (todas las revoluciones siempre
tienen algo pendiente) conseguir que le retiren el (inexistente) título
nobiliario al célebre jugador de balonmano y, sobre todo, de otras canchas. Las
de las administraciones de Baleares y Valencia, por ejemplo.
El juez Castro lo
ha aclarado, sentenciando que ambos gobiernos son merecedores del más intenso
reproche. ¿Cómo deberá ser de intenso ese reproche? ¿Se le ha caído a alguien,
incluso de entre la jauría de imputados, la cara de vergüenza? ¿Alguien
desfallecido, la voz rota, la sien en llamas? No acabo de ver eso entre los que
nos han gobernado o gobiernan. Pero igual es que hay otros poderes en la sombra
y el ojo no siempre alcanza.
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