LA TELARAÑA: La curva de la felicidad

viernes, mayo 6

La curva de la felicidad


La Telaraña en El Mundo.
 
 Con un buen régimen alimenticio a base de carne y pescado (es decir, proteínas), mucha fruta y trampó mallorquín logré ponerme, hace ya unos años, en bastante buena forma; al menos, según las analíticas, la báscula y el índice de masa corporal, que ya se sabe que la salud no es sólo un montón de números y que las estadísticas acaban sirviendo de muy poco cuando se trata de que la máquina esté bien engrasada y no chirríe demasiado ni se rompa cuando menos te lo esperas. Pero ese es otro tema; siempre se rompe cuando menos te lo esperas.
 Luego, como es normal y deseable, llega el gran día en que, aunque no te lo creas, ya has cumplido con todos tus objetivos y el médico te levanta la veda de las humeantes fondues de queso, los espaguetis y canalones, la paella y los arroces caldosos, el infierno dorado de la sobrasada o los embutidos y, sobre todo, el famélico paraíso del pan, ese maná bíblico y familiar, eterno.
 Pero ya no puedes volver por dónde solías. Definitivamente, le has cogido manía a los hidratos de carbono y presientes, asimismo, que la báscula te vigila a todas horas. Tú mismo te vigilas, mientras te dejas llevar por la corriente y acabas probando todos los panes del universo. Resulta que están de moda y han proliferado multitud de comercios y mercadillos ecológicos. O así. Panes de centeno y semillas, de espelta, avena, maíz o soja. Pan moreno y hasta litúrgicos llonguets. Es cierto, está muy difícil mantener la línea y no acabar acogiéndose a la gloriosa curva de la felicidad. Bueno, ¿y qué?
 

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