Los videojuegos
Cuando yo era niño no existían los videojuegos. En su lugar
pude disfrutar, al menos, de los primeros scalextric
o de los pinballs de juguete y cristal o plástico, que tenían luces que
centelleaban y hasta paletas o flippers
y bolas de metal que, a la postre, hacían bastante ruido. Hacer ruido, por
supuesto, ha sido siempre sinónimo de diversión, de juerga, quizá incluso de
exhibición lúdica: hace ruido la gente cuando se alborota en cualquier lugar y
se pone, por ejemplo, a bailar el swing junto a la Cartuja de Valldemosa, donde
estuve hace tan sólo unos pocos días y me acabó maravillando el enorme partido
que le han sabido sacar al ridículo mes y pico que anduvo, invernal, aterido y seguro
que taciturno, por ahí Chopin, según
dicen, en su celda número 4 o así. Qué poco me gustan, ay, las muchedumbres.
Cuando yo era niño no existían los videojuegos. Por eso tuve
que disfrutarlos mucho más tarde, cuando mi hijo tenía la edad adecuada y la
NES de ocho bits, primero, y la SuperNES de dieciséis bits, después, fueron
invadiendo la casa con su estropicio creciente, su magnífico desorden infantil,
sus cartuchos de quita y pon y su mezcla taurina de reunión familiar y de competición
sin cuartel. En efecto, cuando un padre y un hijo toman, cada uno, su propio
mando de juego es cuando comienza, de hecho, la aventura de la vida, su
simulación, al menos; y todos los reflejos que ya le empiezan a faltar al padre
son los que va puliendo y perfeccionando el hijo. La verdad es que hace lustros
que ya no juego a nada contra mi hijo, porque no me divierte que me gane
siempre y que, encima, deba complacerme que así sea. Las leyes naturales no
están para ser cumplidas: se cumplen solas.
Cuando yo era niño no existían los videojuegos. Supongo que
es por eso que, ahora que ya soy mayorcito, me he comprado una buena tarjeta
gráfica y he convertido mi PC en la mejor de las consolas. He investigado las
novísimas tendencias del mercado y me he hecho con algunos de los juegos que
están más de moda. Tienen títulos como Battlefield,
Crysis, Forza Horizon o Counter-Strike
y la mayoría forman parte de sagas interminables. He estado practicando un poco
y la verdad es que no se me dan nada mal. Normalmente pongo en marcha el juego
y, al rato, abro el Word y me quedo mirando el extraño y flamígero resplandor
de la página en blanco, mientras por los altavoces del PC braman, como
mamelucos ebrios y enloquecidos, los iracundos contendientes de una guerra
virtual que acabaré ganando. Estoy seguro, aunque aún no sé cómo.
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