El paraíso
El paraíso es un lugar simbólico que cada uno se imagina como
quiere. Soñar es gratis, dicen, pero no es así: todo tiene su precio. Con todo,
parece que hay un paraíso bastante baratito muy cerca de aquí, concretamente en
Magaluf. Acabo de descubrirlo al visitar la página web británica -Magaluf Events Company- donde, entre
otras lindezas, expiden online los tickets de lo que llaman Sunset Booze Cruise: no lo traduciré
para no traicionar mi instinto metafórico, pero el asunto va de alcohol y también,
supuestamente, de lujo, de alcohol y de cierto tipo colectivo de lujuria, de
alcohol y también de yates, aunque no sean, por desgracia, privados, de alcohol
y sol en la medida de lo posible, de alcohol y, desde luego, gente eufórica, de alcohol y música, de
alcohol y gente bailando y saltando como posesos, de alcohol y esa vaga promesa
de sexo infinito con todas las vírgenes, quizá, del paraíso, de alcohol y esa profunda,
definitiva, somnolencia que tras tres horas largas de barra libre no sé si te
convierte en un auténtico e irrecuperable guiñapo o en el muñeco perfecto para
las prácticas más avanzadas de los pocos médicos de urgencias que han superado
el examen de catalán y ahí siguen, sobrios y sacrificados, firmes con el
bisturí y las vendas en las manos.
Y todo por unas asequibles 50 libras esterlinas. O por 59 si
quieres, en fin, un trato más VIP, una botella de champán de marca, una
camiseta gratis para la ocasión y alguna que otra gentileza de la casa. El
paraíso este de Magaluf es bastante hortera.
El paraíso, ya lo dije, es un lugar simbólico que cada uno
se imagina como quiere. Todos hemos estado alguna vez en el paraíso. Intento,
ahora, hacer memoria de todos esos lugares y la lista se me hace larga, muy
larga. Estoy seguro de que fui feliz en el vientre de mi madre, pero la verdad
es que ese primer paraíso no lo recuerdo. Fui feliz, también, jugando con mis
hermanos y leyendo aquellos libros de Enid
Blyton o Richmal Crompton que aún
conservo en algún lugar de mi biblioteca. Fui feliz, más tarde, en los brazos
de todas las mujeres que me permitieron olvidarme de mí mismo en la profundidad
enorme de sus misteriosas entrañas. Soy feliz en este instante en que recuerdo
los libros que me transportaron hasta donde estoy, los que leí, los que
escribí, los que volveré a leer, los que sigo escribiendo porque la vida no se
acaba en los libros y hay que saber leerse, también, las palmas de las manos
para reconocer esa mota de polvo, esa piedra rodante, ese lugar imprevisto
donde tropezamos, donde caímos, donde volvemos a tropezar y caer, donde fuimos
lo suficientemente fuertes como para sonreír ante la adversidad y levantarnos
cuantas veces hagan falta. El paraíso está ahí donde siempre estuvo: en uno
mismo y en sus circunstancias.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home