LA TELARAÑA: La Feria del Libro

viernes, junio 1

La Feria del Libro


La Telaraña en El Mundo.





 Es una vergüenza, un oxímoron, la intolerable marca del sectarismo y la manipulación. No es de recibo, en efecto, que hoy, con el mes de junio y hasta el próximo día 10, comience en el Borne, entre las fluorescencias más o menos comerciales de la siempre imaginaria milla de oro palmesana, la XXXVI edición de la Feria del Libro con la loable intención, qué duda cabe, de dedicarse este año a loar la libertad de expresión con las intervenciones programadas, entre otros, de Acallar, esa ensalada de mayúsculas salteadas: la Asociación de Creadores y Artistas por la Libertad Artística, con la asistencia estelar (aunque ya no se le espera, finalmente, porque anda huido de la justicia y, por lo tanto, de la libertad) del inefable rapero Valtonyc. Su silla vacía será, tal vez, la fotografía de esta feria. Nada menos. O vivir para ver. O qué tendrá la libertad que cuanto más parecen querer defenderla, más, mucho más, la acaban, entre casi todos, ridiculizando.
 Sin embargo, yo no le voy a pedir -sería perder el tiempo- al Gremi de Llibreters que me acompañe en mis digresiones de hoy ante esta feria que, para muchos, es un acontecimiento de indudable talla cultural y, para otros, quizá los menos, una exhibición obsoleta e ideológica, una muestra atávica, rancia y mediatizada de cómo era el mundo hasta hace bien poco, pero ya no es, ni volverá a serlo. Las ferias del libro de estos últimos años (y lo digo con cierto conocimiento de causa: he participado profesional y personalmente en algunas) me acaban recordando los impostados mercadillos medievales que se montan junto al mar y las murallas cuando hay alguna diada (de Mallorca, del Consell, del Mediterráneo, de lo que sea) y toca engalanarse de ficción y oficios más o menos celestes, de raíces y heráldicas antiquísimas, de estirpe, de país, de raza, de esto es lo que fuimos y esto lo que somos, de nada.
 ¿Qué entenderán estos libreros por libertad de expresión? ¿Sabrán diseccionarla? ¿Sabrán abrirse hasta las entrañas para ver qué les está permitido decir y qué no? No sé si entenderán algo más allá del paisaje desolador de las subvenciones, ese maná bíblico, con que los sucesivos gobiernos (nacionales, autonómicos o, incluso, de autonomías vecinas en fase claramente expansionista) riegan sus huertos, sus parterres, sus macetillas repletas de libros que luego nadie lee, porque en España se editan demasiados libros y no hay más control de calidad que la lengua y la filiación política; y el papel es de poca calidad y dura poco y amarillea y se pudre y toca reciclar las ideas, pero eso cuesta mucho cuando no hay ideas y es mucho más fácil ofrecernos toneladas de nuevos libros repitiendo lo mismo, profanando, una y otra vez, aquella norma sagrada de callar cuando no se sabe.



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