Es, no obstante, la víspera. Acojamos todos los influjos de vigor y de ternura auténtica. Y cuando llegue la aurora, armados de una ardiente paciencia, entremos en las espléndidas ciudades... escribía Arthur Rimbaud en uno de los párrafos finales de su poema Una temporada en el infierno.
Estamos en vísperas, en efecto. Sólo un apunte: ¿Pero qué coño, sin perdón, hace Aznar dando la cara por Bush&Blair? ¿Ignora que está convirtiendo a toda España en diana lógica - por proximidad y hasta parentesco - de la previsible ira del mundo árabe? Ni una sola palabra más sobre el tema.
Prefiero hablar del tiempo. Del tiempo subjetivo y del objetivo. De la manifiesta tortura que representa la sanidad pública, su gigantismo burocrático, ineficaz y torpe, su pésimo aprovechamiento de los recursos humanos... He visto buenos médicos y mejores enfermeras saturadas de horas muertas y salas de espera enloquecidas bajo un aluvión desordenado de enfermos en fuga, fichas que desaparecen, radiografías que sólo reflejan - oh, milagro - el vacío y tal vez el sudor. He comprobado la ineficacia de todos los lenguajes, la rebelión de las vísceras, la atrofia de los sentidos... Me parece mucha visión - ¿o debería decir revelación? - para un tiempo relativamente tan breve... ¡siete horas, siete, para ser atendidos por una urgencia!
Y yo no era el enfermo, creo...
Verídico:
Salí a fumarme un cigarrillo donde las ambulancias detienen sus sirenas y me encontré un enfermo en bata o pijama hospitalario, los calzoncillos bien visibles, la mirada turbia y los pasos cansinos... rebuscaba en las papeleras cercanas una mísera colilla pisoteada, la encontró y llevándosela a la boca acabó pidiéndome fuego... Tardé una eternidad en conseguir encender el mechero. Os lo juro...
Etiquetas: Creación, Literatura
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