páginas contadas
La Telaraña en El Mundo.
Pasé muchas tardes con Teresa, encerrados, ambos, con un único juguete. La pasión del conocimiento, el cuerpo, el silencio y la palabra. El juguete era sólo uno, en efecto, pero el juego siempre fue infinito y se multiplicaba durante esas tardes lentas, erizadas y difíciles, que se prolongaban hasta los rumores de la noche y aún más, hasta el desolado amanecer y los invernaderos donde el sueño nos sepultaba y nos convertía en los otros que también somos. Somos muchas cosas a la vez, aunque sólo asociamos una a cada instante y, en ese error de juicio, como si el tiempo no existiera, somos capaces de arruinar nuestra vida. Qué importa eso. No hay vida sin figuración ni metáfora, esperpento y parodia, sin realidad confundida con deseo, sin insomnio. No hay vida sin conciencia de que esta tarde -con Teresa o sin ella- puede ser la última y quizá lo sea. Los libros tienen las páginas contadas. También nosotros.
Pero el tiempo pasa. Juan Marsé es sólo parte de nuestra educación sentimental. También es Premio Cervantes y eso le convierte, ahora, en un pretexto para el sectarismo ideológico. Nada es nunca del todo inocente, es posible, pero los que le acaban de premiar poco tienen que ver con los que le apearon de aquella farsa de la literatura catalana en Frankfurt. La historia es otra y otros los motivos. Marsé, como Juan Goytisolo -dos catalanes en castellano- sólo se representan a sí mismos y por su obra. Todo lo demás es política, juego deforme en los espejos de la necedad institucionalizada. Echémosle un vistazo.
Se han reunido en La Real –dónde si no- los comisarios lingüísticos de los gobiernos balear, catalán, vasco y gallego. Allí, entre las ruinas de un mundo y el espejismo de otro, Margalida Tous, Bernat Joan, Patxi Baztarrika y María Sol López han dado a luz el «Galeuscat». Su idea de extender el aprendizaje de sus lenguas minoritarias sólo tiene un grave defecto, su incapacidad para conjugar la recíproca respecto a la lengua común. Pero nadie es perfecto, creo.
Pasé muchas tardes con Teresa, encerrados, ambos, con un único juguete. La pasión del conocimiento, el cuerpo, el silencio y la palabra. El juguete era sólo uno, en efecto, pero el juego siempre fue infinito y se multiplicaba durante esas tardes lentas, erizadas y difíciles, que se prolongaban hasta los rumores de la noche y aún más, hasta el desolado amanecer y los invernaderos donde el sueño nos sepultaba y nos convertía en los otros que también somos. Somos muchas cosas a la vez, aunque sólo asociamos una a cada instante y, en ese error de juicio, como si el tiempo no existiera, somos capaces de arruinar nuestra vida. Qué importa eso. No hay vida sin figuración ni metáfora, esperpento y parodia, sin realidad confundida con deseo, sin insomnio. No hay vida sin conciencia de que esta tarde -con Teresa o sin ella- puede ser la última y quizá lo sea. Los libros tienen las páginas contadas. También nosotros.
Pero el tiempo pasa. Juan Marsé es sólo parte de nuestra educación sentimental. También es Premio Cervantes y eso le convierte, ahora, en un pretexto para el sectarismo ideológico. Nada es nunca del todo inocente, es posible, pero los que le acaban de premiar poco tienen que ver con los que le apearon de aquella farsa de la literatura catalana en Frankfurt. La historia es otra y otros los motivos. Marsé, como Juan Goytisolo -dos catalanes en castellano- sólo se representan a sí mismos y por su obra. Todo lo demás es política, juego deforme en los espejos de la necedad institucionalizada. Echémosle un vistazo.
Se han reunido en La Real –dónde si no- los comisarios lingüísticos de los gobiernos balear, catalán, vasco y gallego. Allí, entre las ruinas de un mundo y el espejismo de otro, Margalida Tous, Bernat Joan, Patxi Baztarrika y María Sol López han dado a luz el «Galeuscat». Su idea de extender el aprendizaje de sus lenguas minoritarias sólo tiene un grave defecto, su incapacidad para conjugar la recíproca respecto a la lengua común. Pero nadie es perfecto, creo.
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