LA TELARAÑA: la ética y las cucarachas

sábado, marzo 14

la ética y las cucarachas

La pregunta del millón en El Mundo.


No. ¿He escrito que No? En efecto. Me restrego los ojos y me dejo invadir, levemente perplejo y adolorido, por el juego confuso de las luces y las sombras. En ese claroscuro se esconde la realidad, juega al escondite con todos y al final se nos deshace en nada, como si fuera un holograma, un espejismo o ambas cosas. Quizá sea, también, el rastro obsceno, la curva subterránea de una sonrisa cínica y abatida, la transgresión de la línea frágil, pero no invisible, que separa lo privado de lo público y que, al separarlo, también lo mezcla y lo deja todo perdido, lo convierte en un lodazal, una sangría, una desvergüenza ética y estética. Un caos de proporciones magníficas, inabarcables. Intolerables.

Pero hoy toca hablar de ética y de estética como si no fueran la misma cosa. ¿Lo son? Lo son, al menos si uno no desea perderse en la maraña artificial de los eufemismos, en la falta de rigor y en el lenguaje cargado de pleonasmos de los políticos, pero no sólo de ellos. Armengol llegó al Consell anunciando, a bombo y platillo electoral, su voluntad férrea de hacer cumplir a rajatabla la Ley de Incompatibilidades. Perfecto, pero absurdo. Si tenía que gobernar con nacionalismos tan arraigados como UM o ERC no le quedaba otro remedio que transigir con sus pintorescas, primitivas y ancestrales costumbres. ¡Cualquiera le explica a Antoni Pascual el rebuscado código ético de Zapatero, aunque sea en la versión más reducida y desglobalizada de Antich! No, hombre, no. Hay cosas que además de no poder ser son imposibles. O eso parece.

Prohibir lo obvio resulta, siempre, una redundancia. Autorizarlo también. ¿Qué hacer entonces? Anteayer el profesor Neira comparecía en una televisión para hablar sobre el abismo que separa las personas de las cucarachas –la diferenciación biológica es suya- y lo hacía con los ojos bien abiertos y el cuerpo más que herido, maltrecho, descompuesto, roto. Su voz parecía surgir de algún lugar más allá del bien y del mal -esas ficciones tan comunes- para volcar toda su razón en una simple pero lógica constatación última: no hay que darle jamás la espalda a una cucaracha. Neira se quedó corto. Algunos políticos no sólo no le dan la espalda a las presuntas cucarachas de la corrupción, que ya tiene peligro, sino que parecen capaces de abrazarse –metafóricamente, claro- a ellas. Qué asco.

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