los colores del blanco
La Telaraña en El Mundo.
Atiendo a las novedades como si fueran recuerdos. Las primeras imágenes de “Watchmen” me reconcilian con la inteligencia –esa perversión tan necesaria- resumiendo el siglo XX en una sucesión de parodias: el beso de Edith Cullen a un marinero anónimo –la foto de Eisenstaedt- se transforma en fraternal lujuria femenina, Kennedy vuelve a ser ejecutado, Castro fuma en el Kremlin y Warhol se mece. Hay más, pero pronto decae y se normaliza. La realidad pierde sarcasmo, ironía y desolación. Entonces ya no queda casi nada.
Visito la carpa del Libro en Catalán. El folleto de la OCB no es de estraza y engulle a varios Nobel. Rafa Nadal sonríe. Compro un libro con olor a cacao mientras alguien presenta su obra ante trece personas y compara la violencia de género con la situación de Cataluña. Huele bien el chocolate. Entro en un foro virtual pero me cansa la civilizada ortodoxia al uso. Me pasa con la realidad como con Internet. A veces, me falta el aire.
Pero para compensar otros agravios –Gesa o la tasa de residuos- el cartero me trae un lujoso ejemplar de “Els colors del Blanc” del pintor Lluís Ribas y el poeta Santiago Montobbio. «No hay nada más antiguo que querer ser moderno» leo, mientras en el libro y la vida nos rondan -entrelazadas como palabras- sábanas blancas y cuerpos de mujer. Esas sábanas serán mortajas y esos cuerpos ruinas, pero ello no les resta valor ni belleza. En absoluto.
Atiendo a las novedades como si fueran recuerdos. Las primeras imágenes de “Watchmen” me reconcilian con la inteligencia –esa perversión tan necesaria- resumiendo el siglo XX en una sucesión de parodias: el beso de Edith Cullen a un marinero anónimo –la foto de Eisenstaedt- se transforma en fraternal lujuria femenina, Kennedy vuelve a ser ejecutado, Castro fuma en el Kremlin y Warhol se mece. Hay más, pero pronto decae y se normaliza. La realidad pierde sarcasmo, ironía y desolación. Entonces ya no queda casi nada.
Visito la carpa del Libro en Catalán. El folleto de la OCB no es de estraza y engulle a varios Nobel. Rafa Nadal sonríe. Compro un libro con olor a cacao mientras alguien presenta su obra ante trece personas y compara la violencia de género con la situación de Cataluña. Huele bien el chocolate. Entro en un foro virtual pero me cansa la civilizada ortodoxia al uso. Me pasa con la realidad como con Internet. A veces, me falta el aire.
Pero para compensar otros agravios –Gesa o la tasa de residuos- el cartero me trae un lujoso ejemplar de “Els colors del Blanc” del pintor Lluís Ribas y el poeta Santiago Montobbio. «No hay nada más antiguo que querer ser moderno» leo, mientras en el libro y la vida nos rondan -entrelazadas como palabras- sábanas blancas y cuerpos de mujer. Esas sábanas serán mortajas y esos cuerpos ruinas, pero ello no les resta valor ni belleza. En absoluto.
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