LA TELARAÑA: los lugares comunes

viernes, octubre 9

los lugares comunes

La Telaraña en El Mundo.



No sé si es la gripe, iletrada, o la astenia primaveral del otoño, pero algo no marcha. Me tropecé con una de esas vainas de caucho que delimitan el transporte ecológico del otro, pero tuve suerte. Caí de pie. O aterricé en el laboratorio de Albert Pinya. Allí pude leer «Mi mamá me mima. Mi papá le pega», mientras unos televisores repetían el horror de unos vídeos ajados y, quizá, decadentes.

Es la educación, pensé, mientras me sonreía con la oferta cultural de la UIB, los subsidios de Llinàs al ACPV o el descrédito del uso, en vano, de la Palabra de Dios en el juicio a De Santos. No creo en nada. Tampoco en el tapeo espiritual -jazz, poesía, pintura y guiso, al alimón- de «TaPalma», un digno intento de hacernos a un hábito ajeno. Aquí nadie va de tapas, ese híbrido de fogones y maratón con escalas. Aquí comemos igual sin hambre que con hambre atrasada. Sin nostalgia.

Andaba, luego, a dos velas con el bilingüismo escolar de Tarragona -árabe y catalán- cuando recordé que tal día como hoy -pero en 1934- la Generalitat, tras proclamar el Estado Catalán, acordaba su rauda capitulación ante las fuerzas democráticas de la República. Esa acrobacia de asonadas y motines concluiría, al cabo, con una sucia dictadura de ocho lustros. Se dice pronto. Pero no sé cuánto se tarda en olvidarlo. Será que los lugares comunes son, desde siempre, un albañal o un gélido invernadero para las ideas.

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