LA TELARAÑA: La inteligencia cero

sábado, febrero 13

La inteligencia cero


La respuesta a la pregunta del sábado en El Mundo: ¿Cree que el Govern debe imitar la Ley del Cine de la Generalitat que impone la mitad de las películas en catalán en las salas?



No. La pantalla en llamas del cinematógrafo luce blanca como el manto de nieve que no acaba de cuajar en una Palma taciturna, fría y amoratada. Afuera no hay nadie salvo el aire de la noche (y sus aullidos, que salieron de ronda) y adentro el personal duerme o finge hacerlo. Pero no tengo sueño y me demoro en la vigilia del horror revisando sus imágenes mudas, las doce nuevas fotografías del 11-S que ABC News acaba de publicar. Las miro y pienso. Las guardo. No tengo palabras o no las hay, salvo algún título lacónico y un enorme silencio roto por el estruendo final. Pero siento la lejanía del fotógrafo -las vistas son cenitales, aéreas- tan próxima como la amenazante ascensión del polvo y la ceniza, del llanto y la muerte, de la libertad calcinada y suspendida, las nubes grises que se elevan hacia un cielo que no existe sino en el temblor minúsculo de mi retina. O ni ahí. Pero sigo mirando (el horror fascina) sabiéndome casi ciego, sordo y, por supuesto, mudo.

Hace tanto tiempo que no visito una sala de cine -dónde quedan el Borne, el Moderno, el Rialto y sus sesiones en V.O.S.- que ya he olvidado el ritual de la escena. Su composición, su perfume. Recuerdo, eso sí, imágenes sueltas de El acorazado Potemkin (1925), Frankenstein (1931), The Jazz Singer (1927), El nacimiento de una nación (1915), La quimera del oro (1925), Metrópolis (1927) y sí, me digo que en su expresivo silencio -puro deseo- transitaron, perfectos, algunos instantes irrepetibles, pero sólo unos pocos. Lo demás es industria, negocio, usura y política. Subvención en origen y destino. Manipulación mercantil. Perversión en forma y fondo. Pasatiempo y fruslería para inteligencias venidas a menos. O a nada. A cero.

Pero tampoco extraña que si en el Govern son, ahora, más nacionalistas catalanes que nunca, lo primero que se les ocurra, tras alzar la polvareda de la supuesta limpieza ética (un simple ensayo, con resultados entre patéticos y transitorios), sea sacar la vieja hoz para segar la lengua común y desvirtuar la propia, o al revés, porque ya hay que ser muy asnos para perderse por esos necios lodazales donde sólo importa poner multas y desviar atenciones. Si no tienen nada mejor que hacer, que se vayan y convoquen elecciones y si, aún así, el ridículo político no cesa, que es muy probable, tampoco se apuren. Es que no tiene remedio. Ni en catalán ni en castellano.

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