Imaginen el pánico de un pequeño bonsái -su pulsión de
soledad o muerte- cuando los jardineros le acosan, ebrios, con unas tijeras de
podar oxidadas y no con el adecuado material quirúrgico. Imaginen qué futuro le
aguarda si, en vez de acicalarle las hojas, el hierro retorcido de los recortes
se demora en su médula, en su tronco, en el temblor de sus raíces. Quiero decir
que hay que cuidar la realidad y hasta mimarla, para que pueda tomar aliento y regenerarse.
Crecer. Toda una labor higiénica y artística.
Pero el arte no acaba de cuajar más allá de su fracaso; y el
bonsái de la realidad se convierte en víctima de los políticos y financieros,
de las hordas de energúmenos que lo ignoran todo sobre la vida, salvo llenar la
bolsa y el bolsín. ¡Ah, la cartera!
Me olvido del espectáculo y me alojo en sus sombras. Lee Bauzá sus folios, en el Debate de la
Comunidad, y los portavoces parlamentarios los resumen en el blanco de los
suyos y en el negro de la oposición. Quizá debieran los políticos intentar
ubicarse del lado del pensamiento y no del fanatismo. O, al menos, demostrarnos
que tienen alguna idea propia. Eso sí lo hizo Bauzá al defender su código
ético, mientras Rotger le guardaba
las espaldas, desde el estrado. Qué valor.
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