A veces me da que vivo en un mundo muy absurdo en el que las
palabras ya no significan lo que dicen por sí mismas, sino lo que quiere que
signifiquen, como si se tratara de un antojo, quien las dice. No está mal
empezar estas líneas con un trabalenguas, porque así es fácil demostrar que con
ciertas premisas -y más aún, con estas- resulta del todo imposible entenderse.
Pasa, pues, que Lorenzo
Bravo, una de las reliquias más notables de nuestro sindicalismo, llamó
«fascista» a José Ramón Bauzá -voz
en grito y no sé si puño en alto- y se quedó tan ancho. El jueves, en el juicio
de rigor, que dada la talla moral de la ofensa sobraba, el abogado de Bravo le
dio una vuelta de tuerca a todas las teorías lingüísticas y tildó de «crítica
sana» usar ese apelativo, porque aconteció, dijo, en el marco «de un conflicto
social». No creo que un insulto pueda servir para solucionar conflictos, pero
es cosa del juez y no mía, evaluar hasta donde nos está permitido violar la
dialéctica, y hasta hacerla añicos, si procede.
Con todo, me da que no hay comportamiento más fascista que
el que se escuda en los insultos y busca en su relumbrón una verdad que suele
ser siempre esquiva y ambigua y no de alguien en particular sino, más bien, de
todos o nadie; y a ráfagas. Pero dudo mucho que la verdad tenga nada que ver
con este peregrino asunto.
Etiquetas: Artículos
2 Comments:
A mi entender, y mi opinión sobre Bauzá, Lorenzo Bravo no insultó, sino que se limitó simplemente a decir una verdad como un templo. Es como llamar hijo de puta a alguien de cuya madre se sabe perfectamente que trabaja en la prostitución. Lo dicho, era verdad, no insulto.
Te ruego no insultes a nadie en mi blog, David.
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