Si hay algo peor que un discurso erróneo, es uno errático.
Porque si hablamos de artistas -y tanto Miquel
Barceló como María del Mar Bonet
ofician de tales- es esencial entender que lo que no está en la propia obra -un
cuadro, una canción o lo que sea- no está en parte alguna. No somos nada más
allá de lo que hacemos -o de lo que signifique y diga nuestra obra por sí misma-
y es imperdonable aprovechar el púlpito, que se nos concede, para elucubrar
sobre temas que, de hecho, desconocemos.
Así suele ser y no pasa nada. Un pintor o una cantante no tienen
por qué ser gente ilustrada, aunque rellenes de fango toda una capilla de la Seo
o te nombren Doctor Honoris Causa por la siempre tendenciosa UIB. «Vanitas
vanitatum et omnia vanitas». O así.
Dejaré de lado a Bonet, porque su premio lo es a cierto tipo
de militancia, para darle sólo vuelta y media, y rápida, a Barceló. Su arenga
de independentista radical tropieza con la piedra del que no sabe manejar la
ironía. Todos queremos ser independientes (y algunos hasta lo somos), pero al
pasar del plano individual al social no hacemos otra que parodiarnos y
convertir el mundo en algo abstracto. Algo que luce muy bien en un lienzo, pero
muy mal en el mezquino telón del día a día.
Etiquetas: Artículos
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