A un fracaso estrepitoso le sucede otro mayor, como si nos
sedujera, tal vez, el ritmo lunar de las mareas. O una sucesión de trastornos
tectónicos, mientras el sismógrafo social cruje y contenemos el aliento bajo la
presión constante de la asfixia. Pero igual su sombra no es, pese a todo, el
peor de los cobijos. O lo que no mata, fortalece. O siempre hay vida donde hay
algún tipo de discurso. Siquiera sus ruinas últimas. O las brasas de la
polémica. O de la acritud. ¿Por qué no?
Hablo de las negociaciones rotas entre la Consellería de
Educación y los sindicatos y de la inútil convocatoria de varios días de huelga
y algaradas. O de cómo se encadenan los fracasos sin más solución que el próximo
desengaño, el que ya está amaneciendo antes de que anochezca. ¡Como si no
deseásemos luz y sombras en vez de este espejismo de plomo!
Con todo, que una sentencia del Tribunal Supremo sea acogida
con la misma satisfacción por los que defienden la libertad de elección de
lengua que por los que apoyan la inmersión lingüística no deja de ser
asombroso. ¿Por todos? No. De momento Rafael
Bosch no ha querido pronunciarse, porque igual resulta que la criptografía
jurídica no es su fuerte y aún ha de estudiarla. Pues hace bien. O más le vale.
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