No resulta fácil mantener la elegancia ni el estilo cuando
se suceden, alrededor, los aspavientos, los alaridos y los insultos. Vale que
la acción ha acabado sustituyendo al pensamiento y que la decadencia se ha
convertido en nuestra forma de vida; pero no se puede elegir el mundo que nos
rodea. Basta y sobra con adaptarse y sobrevivir. O luchar por hacerlo.
Divido las horas entre las aventuras de una digital, pero
hermosa, Lara Croft, en el nuevo
videojuego de la serie «Tomb Raider», y el paseo triunfal del féretro de un
dictador a lomos de la muchedumbre y, sobre todo, de su íntima policía
espiritual. Ya no sé cuántos cadáveres he saqueado esta tarde. Ni cuantas
alimañas he logrado asaetear cuando el ordenador empieza a renquear y el
discurso de la revolución se diluye con la muerte y con el exhibicionismo de
los plañideros. Tanta impostura me asombra. O me repugna. O me deja huérfano de
palabras. Pero no en silencio.
Dos videojuegos en uno. Luego me encuentro en las terrazas
en llamas de los bares con la sonrisa irónica y cómplice (mutuamente irónica y
cómplice) de Lorenzo Bravo y me digo
que algún día he de comprobar si, más allá de las reyertas políticas, puede
existir la afabilidad. Creo que sí. Pero no estoy seguro.
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