Escucho en YouTube un par de temas del rapero Valtònyc y quedo, al instante,
instalado con alivio en el silencio. Es cierto que se olvida de respirar
mientras machaca las frases, las encadena y solapa, las convierte en una
letanía indescifrable, en un grumo de sílabas rotas sin más música que un
monótono ruido de fondo. Pero puedo entender que esa monodia marcial guste a
algunos, porque hay gente para todo y los gustos no atienden a razones, sobre
todo cuando se es joven y hay alguna que otra pasión (o sucedáneo) que
compartir.
Recuerdo, sin que me invada ninguno de los infames rostros
de la nostalgia, aquellos conciertos multitudinarios, a finales de los años
setenta, de Lluís Llach, Pi de la Serra o Raimon y reconozco, pese a las obvias y casi que dramáticas
diferencias de texto y contexto, que el panorama es idéntico; que la música
importa menos que la fe ideológica (u hormonal) y que si el público desea
comulgar con algo, con lo que sea, acaba comulgando con lo que le echen. Con
cualquier cosa. Pasaba entonces y pasa hoy. Hay que ver cómo y cuánto nos
repetimos.
Nos queda por discutir, eso sí, el turbio tema de las
amenazas y los insultos. Pero ya están en ello los jueces. Por lo que me concierne,
que no sé cuánto es, permítanme que abogue por pensar que las palabras son sólo
palabras y que lo mejor sería investigar el entramado económico de las
subvenciones sobre las que sí se baila el rap nuestro de cada día. Y respecto a
Valtònyc, con endosarle las Obras Completas de Wagner, ya me parece suficiente, creo.
Etiquetas: Artículos
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