Por una vez encendí el plasma a tiempo y, en efecto, ahí
estaba Bauzá explicando a la opinión
pública -personificada por unos cuantos reporteros- la remodelación de su
gobierno. Me quedé un rato largo escuchándole, a la vez que atendía a otros
quehaceres algo más domésticos, pero no por ello menos urgentes. No, no tenía,
por fortuna, que apagar ningún fuego en la cocina, pero tampoco, menos mal, que
disfrazarme de bombero para que no se me notara la vena política. En realidad,
no la tengo. O eso deduzco cuando escucho las razones de unos y de otros y
asumo, entre risueño y resignado, que hablamos lenguajes distintos y hasta
quizá opuestos.
Con todo, lo primero es congratularse de que las Islas
tengan al fin, al menos desde la llegada de la democracia, un presidente que,
más allá de lo que diga o desdiga, es capaz de expresarse de forma correcta y
fluida tanto en castellano como en mallorquín. O en español y catalán, que tanto
monta o así, porque no tengo ninguna intención de removerle los cimientos a la
ciencia infusa en que se ha convertido la filología. Ya me basta y sobra con la
incertidumbre y los cataclismos virales de la economía.
Esta última ha sido, como no podía ser de otra forma, la
causa de la remodelación del gobierno. Miren. No sé si saldremos o no ganando
con los recambios, pero resulta un auténtico alivio saber que Rafael Bosch y Pep Ignasi Aguiló -sobradamente capaces de irritar a los suyos a la
vez que a los contrarios- ya no seguirán al pie del cañón. O de los caballos,
que no sé si es lo mismo.
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