Voy de la monstruosa caja fuerte de Munar a los esperados, aunque no sé si tardíos o melancólicos,
cánticos de Vicens. Nada como las rejas de la
cárcel y el qué dirán, voluptuoso, de la opinión pública (en la actualidad, de
ese eufemismo indescifrable de las redes sociales) para alimentar la asfixia y
la necesidad, quizá ya inalcanzable, del aire libre. Vagabundeo entre las
ruinas y las catacumbas contables de la OCB y sus cruzados metalingüísticos y
hasta escucho (¡lo que hay que oír!) a Armengol
denunciando la presunta fobia catalanista de quienes parecen desear, al fin,
que se aclare a qué cloacas y albañales fue a parar el negro rosario de tanta
subvención y despilfarro.
Nada como el lodo para revolcarse a gusto y convertir las
viejas heridas de una guerra imaginaria en las barras y estrellas de un nuevo
Séptimo de Caballería: resuena el viejo cuerno quemado de la inmersión y ondean
los desvalidos píxeles virtuales de una identidad de humo y ventisca. De lluvia
ácida sobre las ascuas prendidas del temblor económico.
No es de extrañar, pues, que la náusea me venza y que las
metáforas, con las que podría adornarme si quisiera (pero no quiero), se me
antojen, aunque sólo sea de vez en cuando, inútiles remolinos de escarcha.
Tornados verticales sobre la página finalmente repleta de escombros. Pinceladas
paradójicas y terminales de una civilización que olvidó, hace ya tiempo, sus
propias coordenadas y optó por esconderse en el agujero negro de la
insolvencia. Ahí sigue. Y quejándose. Sólo eso. Como siempre.
Etiquetas: Artículos
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