Quizá la vida se reduzca a unas pocas cosas antes de
convertirse, tal cual, en nada. Un par de libros y lecturas, alguna que otra
despedida memorable en los muelles del tiempo de Palma, Valencia o Barcelona,
unas docenas de besos robados al azar o a la necesidad, el recuerdo de tu eterna
sonrisa de siempre y aún algo más: unos minúsculos granos de arena y el dibujo herido
de unas algas de alquitrán en tu piel y tus uñas rojas. Hay también un arcón
(de tamaño indeterminado y sobre el que, por pudor, ahora no diremos nada)
donde acabamos escondiendo el vacío que nos sobra o no fuimos capaces de
tolerar porque, en algún momento, nos venció el miedo. O el hastío. La
comodidad. O la inercia.
Este es, sin lugar a dudas, un modelo de realidad voluntariamente
reducido al absurdo de forma muy veraniega y portátil, llevadera, muy de
catálogo de exposición itinerante, de guión teatral o novelístico, el «prêt-à-porter»
de una situación sostenida a lo largo de los años, que igual nos pesa como el
plomo que nos resulta volátil e ingrávida, según la importancia que le demos. A
ratos, mucha. A veces, no tanta. Por lo general, ninguna.
Es en este contexto irregular y subjetivo donde los
titulares políticos del día a día casi que nos dejan sin palabras. Si el Govern
de Bauzá está buscando -¡ahora!- los
30 millones de euros que el Govern de Antich
desvió del tranvía de Palma al tren de Artà es porque ambos gobiernos han
perdido el oremus entre la niebla gélida y los andenes sumergidos de una
contabilidad tan inútil como falseada.
Etiquetas: Artículos
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