De la burocracia nunca hemos esperado gran cosa. Tan sólo,
quizá, que los extraños seres que habitan, persistentes, en las ventanillas del
vuelva usted mañana, como si lo hicieran en los pozos negros de las peores alcantarillas,
no vayan introduciendo nuestro NIF, bien sea por error, azar u omisión, allí
donde les plazca o se les ocurra, malhadados, porque no encuentren otro mejor
que poner y siempre han de pagar justos por pecadores o así y alguna vez tendrá
que tocarnos, ¿no? Pues no. Ni hablar del peluquín.
Es mucho mejor, sin duda, que le toque siempre a la Infanta Cristina y que cuando aparezca su NIF
en cualquier compraventa crepuscular de cualquier lugar de España sepamos, en
fin, que no pasa absolutamente nada, que nadie está comprando o vendiendo de
prestado, que siempre hay en España una Infanta que lo compra todo y que todos
los notarios, los registradores y hasta la Hacienda entera de este país trabaja
sólo para el espejismo de sus hipotéticas compras y ventas: las que sabemos que
no hizo, en efecto, pero cuyas tasas igual pagamos todos y hasta ella, sin
saber por qué ni cómo.
Seamos sinceros. Nada sabemos sobre errores administrativos.
Más aún. Tampoco somos capaces de hacernos una composición válida del lugar en
que, al parecer, acontecen. Ni entendemos cómo es posible que aparezca el NIF
14 donde no debe. Igual debiéramos preguntarle a alguno de los perspicaces «Torrentes»
que, según Carlos Delgado, manejan el fiel de los expedientes
como si fueran armas arrojadizas o algo peor. Quizá mentiras.
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Por cierto. Hablando de informes... Este es el post número 2.222 de este blog.
Etiquetas: Artículos
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