Hay que observar el paisaje como quien ausculta una sucesión
de cuadros en la tortuosa subasta de la vida; asombrándose cuando corresponde, sí,
pero sabiéndose mantener al margen de la puja cuando nada en concreto logra
desalojarnos del tedio o de la indiferencia. Suele pasar a menudo, aunque no
siempre.
Vale que una huelga indefinida no pueda sino ser calificada
como el lugar exacto de un fracaso colectivo, pero la verdad -intentando ser realistas,
sin serlo- es que tampoco es para tanto. Quiero pensar que a los chavales,
siquiera sea por lo poco y mal que aprenden y les enseñan durante el año, no
les perjudicarán mucho unos días más de vacaciones y que a los profesores, sarcasmos
y maldades de lado, tampoco les habrán sobrado estos días de efervescencia social
y heroísmo político: no habrán aprendido más inglés del que ya ignoraban, pero
al menos se han aireado (de aire) y airado (de ira) como muy pocas otras veces les
habrá permitido su monótona (y quizá kafkiana) labor de servicio público. Todos
contentos. ¿Todos? Pues puede que no.
La alegría tiene una consistencia mucho más voluptuosa que
el enojo. No obstante, uno no sólo acumula reveses más o menos mayúsculos, sino
también pequeños y efímeros éxitos y aunque sepamos, seguro, que a esta huelga
le espera el mismo desenlace que a todos nosotros, lo mejor es dejar que la
inercia de los días acabe llenando las aulas y los claustros de gentes sin más heridas
por curar que la elaboración de un plan de estudios auténticamente enfocado, al
fin, hacia el futuro.
Etiquetas: Artículos
2 Comments:
Al fin y al cabo no es tan mala la huelga, sirve para darse cuenta más que nunca de que no podemos dejar la educación de nuestros hijos en manos de ninguna Consellería ni de ningún profesor.
Siempre fue y será así. Saludos!
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