Voy del «Descartes y la felicidad» de Pedro G. Cuartango a las mil y una historias que leo en la Red.
Algunas son casi anónimas, pero otras tienen un pedigrí de alto voltaje. Los
retratos literarios, las semblanzas poéticas y las opiniones eruditas de Justo Serna, por ejemplo. Las autopsias
sociales y, a veces, hasta mallorquinas, de Xavier Pericay, también. Los secretos íntimos de Baroja, que nadie expone tan bien como Francisco Fuster García, por supuesto.
Las paradojas o la actualidad histórica del republicanismo -y su afilada guasa
cósmica- que le debo, desde siempre, a Ángel
Duarte.
Todos ellos son amigos míos en Facebook o en la vida real. O
en ambos lugares, como si Facebook fuera exactamente un lugar y no, tan sólo,
un estado de ánimo; y las amplias avenidas y las tortuosas callejuelas de las
urbes, las librerías y plazas, donde se alza o cae el telón deshilachado del
sol, no fueran un pretexto imaginario ni una composición de lugar, sino la
marca indeleble de la vida en la piel y más allá, en el espíritu, en algún
lugar del corazón donde la sístole y la diástole son también el parpadeo del
ojo, el abrirse y cerrarse de una mano amiga, el inagotable vaivén de los
afectos.
A veces, no obstante, dejo de lado las palabras y me sumerjo
en el clamor silencioso de las fotografías. Y no sólo ni siempre en las del
exquisito Miquel Julià. Una foto dominical
de la Plaza Mayor repleta de ciudadanos sin uniformar me reconcilia con las
multitudes y me exime de seguir poniéndoles nombre y apellidos. Linaje al
estilo.
Etiquetas: Artículos
2 Comments:
Mil gracias!!! Entre el pecho y la espalda tengo "paura" de acabar perdiendo la guasa. Está bien que te recuerden que eso, ¡jamás!
Un abraazo
En efecto, eso nunca. Un fuerte abrazo, Ángel!!!!
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