LA TELARAÑA: De casinos y palacios

martes, noviembre 26

De casinos y palacios


La Telaraña en El Mundo.
 
 Parece, en fin, que todo, absolutamente todo (y me refiero a la vida en su conjunto, su haz, su envés, su filo vertiginoso y, a ratos, cortante, pero también a la sombra interpuesta, subjetiva y ensortijada de nuestros sueños) es tan sólo una especie de gran apaño de indescriptibles proporciones, un embrollo infinito de madejas profusamente enredadas, una maraña de encrucijadas adormecidas, un enjambre tortuoso de corredores subterráneos sin más luz de salida que el suspiro fingido o la tregua obligada del carro fúnebre de la actualidad.
 Podemos subirnos en él (y en ella: la actualidad tiene lomos de liquen y crines de yedra ensangrentada) y hasta darnos una rápida vuelta: el peaje de unas pocas monedas no hace sino confirmarnos que el paisaje entero y el marco del cuadro y la tela –el pedestal, el telón y hasta el púlpito- que lo sostienen y enmarcan son parte gramatical de la misma oración convertida en metáfora alrededor de la ineptitud o, en el peor de los casos, de la incompetencia. Qué remedio si no da para más.
 Ahora tenemos (o tendremos en un futuro inmediato) un céntrico y elegantísimo Casino justo al lado de donde se celebra el imprescindible desguace del Mercado del Olivar, la carga y descarga, la ablación de las frutas y el pescado. Y un simulacro de Palacio de Congresos en la tierra baldía donde nuestra clase política (la que no está en prisión o cerca) quiere dibujar un horizonte abierto y se da de bruces con un terne mar de grava y plomo: de pleitos y litigios sin más orden y concierto que la usura.
 
 

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