Rubalcaba
desgañitándose en pleno Eureka por el metafísico regreso de su partido. O,
mejor aún, por su anacrónica presencia, a estas alturas del festejo, en mitad
de todos y de nadie. Oh, sí, es como un milagro.
Lo es, igual que Francina
Armengol presidiendo, no sé si con su rostro de cada día (inflado de camisolas
verdes y sogas y banderas y lenguas propias y hasta únicas) o tras alguna
máscara prestada, la realidad conjunta y, a la fuerza, momentáneamente
solidaria de ser socialista y de no ser nacionalista, de ser algo, al fin, y
dejarse llevar por la inercia de la vertiente más roja de la sangre (en el
costado) abriendo en canal el grumo de las reformas fiscales, la encorsetada constitución
a la medida de la paridad biológica y el sudor del sexo, la soflama esotérica de
una democracia que hace lustros que ya está al margen de casi todo: enterrada
entre los saldos de las multinacionales del dolor y del placer efímeros e
intercambiables, del olvido general y del puntual efecto laxante de las medias
verdades donde late, aún, algún tipo de consciencia. O espejismo.
Pero no seré yo quien juzgue a estos seres lanzados en pos
de un poder que desprecio. No seré yo quien los distinga, siquiera, de otros
con otras siglas, pero con el mismo becerro de oro al fondo: donde el horizonte
se curva y se cierra circularmente y el hombre y la mujer se abrazan, porque
sobrevivir es casi una obligación y si no, una prueba de fuego, una quimera, un
ritual, el inicio de un viaje a ninguna parte sin más escalas que las del
sueño.
Etiquetas: Artículos
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