Me pareció, en fin, que al menos por esta vez (y sin que
sirva de precedente) había más fuerzas de seguridad en las esquinas, como
meretrices redentoras, que independentistas ceñudos y barriobajeros por las calles
céntricas de Palma, la otra noche del 30-D, mientras el artefacto conceptual (y
tan maniqueo) de la fiesta del Estandart se diluía como un azucarillo industrial
y la ciudadanía paseaba ajena a lo que no fuera la Navidad pura y dura, las últimas
compras, las penúltimas efusiones, el leve deambular sobre un manto de
incertidumbre, pero también de fe. De fe, pese a todo.
Será por ella, tal vez, que 2015 llegó a su hora y que me
levanté de buena mañana (para escribir estas líneas) entre el silencio general,
afuera, y no sé si algo, aparte de la expectación, adentro. Me demoré, no
obstante, en un recurrente sueño que vengo teniendo: las páginas del calendario
de la vida se me convierten en bolas enmarañadas de papel arrugado. Hubo un
tiempo, en efecto, en que cuanto escribíamos dejaba un rastro así: la papelera
repleta, la Olivetti agobiada.
Sigue repleta, cómo no, de basura la vida; y el año comienza
enredado. Habrá que seguir siendo muy críticos, pues, con los lodos que se
avecinan, las conjuras de políticos y banqueros (y pienso en Bankia y Sa
Nostra), la desvergüenza de los que convirtieron el sistema democrático y
financiero en su cortijo, en la infame cloaca donde los otros padecemos el espejismo
(y la pesadilla) del Estado del Bienestar evaporándose sobre las autopistas
rumbo al infierno. Eso es la usura.
Etiquetas: Artículos
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