Que Germà Gordó
nos quiera regalar la nacionalidad catalana me parece de lo más normal, lógico
y hasta consecuente del mundo. Es obvio que cada uno da lo que tiene o lo que
cree que tiene o lo que cree, en fin, que va a tener y no cabe otra opción,
entonces, que incluir en esas enormes expectativas futuras a los amables
vecinos de las islas adyacentes, a esos simpáticos payeses (y no payeses) que
hablan casi como nosotros, como ellos, aunque con acento rarito. Ya se les
pasará. Se nos pasará.
Debe ser por eso que el gobierno de Barceló, Armengol y la
sombra de Jarabo, al revés que sus homólogos
de Valencia o Aragón, apenas sí ha protestado por esta invasión de la
privacidad que da en convertirnos en catalanes por la gracia de algún dios que
aún no nos ha sido presentado. Paciencia. Todo a su tiempo.
Lo ha explicado muy bien la portavoz de MÉS, Margalida Capellà, al observar que
"una Cataluña independiente será soberana para conceder la nacionalidad a
quien quiera, ¡sólo faltaría!". No me molesta que me regalen
nacionalidades y sólo lamento que no me ofrezcan alguna más exótica y hasta más
independiente, si pudiera ser. Se me ocurren varias. La norteamericana, por
ejemplo. O la rusa, qué diablos. ¿La japonesa, la alemana? ¿Y por qué no las
nórdicas que, amén de refrescantes, parecen tan livianas? Mientras tanto, hoy
duermo en el lecho glacial de los bárbaros igual que doy vueltas entre las
llamas bíblicas del ruedo hispano. Me da que ser español también tiene su aquel.
Sobre todo a la hora de la siesta.
Etiquetas: Artículos
2 Comments:
La ironía cervantina es una de las mejores formas de abordar este siniestro asunto. No sé si todo el mundo lo entenderá pero el artículo es claro.
Obviamente :-)
Casi me había olvidado ya de que se podían comentar las entradas. Saludos y gracias!
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